Sonntag, 30. September 2012

La otra esquina de la memoria



Todos sabemos que la historia política del Perú está salpicada de sangre. No voy a recurrir a los manuales de enseñanza donde se cuenta con muy mala intención, desde la visión del vencedor, los acontecimientos históricos, o sea, las peleas entre criollos y burgueses para dejarnos esta patria bruta y achorada que padecemos. Está clarito que la burguesía y sus agentes políticos usaron al pueblo para lograr sus fines que nunca fueron ni son los fines populares. Lo mismo hizo Sendero Luminoso que organizó la guerra en nombre de un pueblo que nunca se lo pidió. Mi partida hacia Alemania, a inicios de los 80, me apartó de los grupos literarios y sus polémicas, me aisló de la sociedad en plena ebullición: huelgas, marchas, crisis económica, guerra interna, recesión, corrupción, ratería y otras lindezas que convirtieron al Perú en un burdel, al decir de Pablo Macera, o en una gigantesca cloaca, según el poeta Domingo de Ramos.
El asesinato de un grupo de periodistas y las primeras masacres contra campesinos por parte de las Fuerzas Armadas en su afán de liquidar a las huestes de Sendero Luminoso me motivaron a escribir la historia Pacha Tikra! (¡Mundo revuelto!) con el que gano el primer puesto de los Juegos Florales Josafat Roel Pineda (1988) y que fuera incluido en el libro de cuentos La danza de la viuda negra (2001) y antologado por Mark Cox en Cincuenta años de narrativa andina (2005). Desde 1980 hasta la actualidad han transcurrido algo más de tres décadas, creo que aún es prematuro para exorcisar todos los demonios de la guerra, para hablar de sus heridas, de sus cicatrices, aún es necesario que se abra paso a la verdad verdadera que se inició con las investigaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y a los escritores nos asiste el deber, si queremos, claro, de encontrar el camino que desciende al infierno para recoger los retazos de la memoria y escribir creadoramente aquellos años que se niegan en todos los estratos oficiales y oficiosos.
Cuando en el 2004 Mark Cox publica Pachaticray (El mundo al revés) – Testimonios y ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 da cuenta que “desde 1982 por lo menos 104 escritores han publicado 192 cuentos y 47 novelas sobre el tema”, entonces no sólo son, además de Mario Vargas Llosa, Alonso Cueto, Iván Thays, Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, entre otros, “más de una docena de escritores han tratado el tema” (Enrique Sánchez Hernani). A estas alturas ese número ha crecido considerablemente y algunos escritores incluso han merecido el reconocimiento de premios importantes.
La visión literaria urbana, limeña o cosmopolita más difundida que se tiene de la guerra interna es aquella que la encarnan autores como Víctor Andrés Ponce que dio a conocer De amor y de guerra en 2004 como “la primera gran novela de la dolorosa guerra que Sendero Luminoso desencadenó en el Perú y sobre la heroica resistencia de los ronderos durante los ochentas”, según se anota en la contracarátula. Pero es, primero, Alonso Cueto que con La hora azul (2005) al obtener el Premio Herralde de Novela en Barcelona (España) “internacionaliza literariamente” el asunto de la violencia política y en la novela se cuentan los avatares de un próspero abogado limeño, hijo de un héroe militar que estuvo a cargo de un cuartel en Ayacucho. Después, en 2006, Santiago Roncagliolo gana el Premio Alfaguara con la novela Abril Rojo que no fue muy bien recibida en ciertos sectores de la cultura peruana debido a los infinitos errores que comete en la trama y en el estilo. Daniel Alarcón, desde EEUU, en los cuentos Lima, Perú, 28 de julio de 1979 y en Guerra a la luz de las velas (2006) que le da el nombre a su libro, explica las razones internas de algunos levantados en armas y el 2007 en su novela de post-guerra Radio Ciudad Perdida, Norma, la protagonista, a través de las ondas de una radio intenta reunir a los familiares de los desaparecidos. Catapultado por la fama que le otorgó el premio Alfaguara, Santiago Roncagliolo se manda con La cuarta espada (2007) que no es un buen “documento periodístico” ni tampoco “una novela en la tradición de A sangre fría” como prentenden sus editores. Anagrama premia en calidad de finalista del Premio Herralde de Novela 2008 a Un rincón llamado oreja de perro de Iván Thays, que se la puede leer de un tirón, aunque para mí no está a la altura de las obras primigenias del autor. También el Nobel peruano Mario Vargas Llosa se “mete a la guerra” y escribe Lituma en los Andes, Premio Planeta 1993, donde narra la vida del cabo Lituma y su adjunto Tomás en un campamento minero de la sierra peruana amenazados constantemente por los guerrilleros maoístas de Sendero Luminoso.
No hay que olvidar que también los militares han escrito sobre la guerra. Uno de los primeros libros que me llegó fue Un rincón para los muertos (1987) de Samuel Cavero un oficial de la Fuerza Aérea Peruana y con estudios de literatura y lingüística en la Universidad Católica. La novela Desde el valle de las esmeraldas (2011) del oficial de infantería Carlos Enrique Freyre, que narra los problemas y las contradicciones de las huestes del ejército en la zona de emergencia. Carlos Edal con Cuentos Verdes de la zona roja (1993) nos entrega las historias de aquellos jóvenes que les toca cumplir el servicio militar en Ayacucho en plena lucha antisubversiva. En un ensayo publicado en el blog del Gremio de Escritores del Perú, Samuel Cavero cita a Carlos Edal: “Es verdad, que cada uno de nosotros tendrá su propio cuento de los años de la violencia que la sociedad peruana ha tenido que enfrentar, dejándonos una huella imborrable. Es interesante en cuanto se ha escrito mucho desde la visión del pueblo o de los subversivos, pero pocas veces desde los militares quienes igualmente sacrificaron muchas vidas”. Hace poco Luis Fernando Cueto, chimbotano, ex policía y abogado, ganó la última versión del Premio Copé Internacional 2011 con su novela Ese camino existe (2012), que con un lenguaje sobrio va trazando la azarosa vida en los campamentos antisubversivos y subversivos, los sentimientos de los diversos protagonistas "los dibuja" con un endiablado trazo a la manera de un experimentado pintor y para bien de todos los lectores.
Para escribir mi novela El espanto enmudeció los sueños (2010), me pasé algo de más de tres años sumergido entre blogs, ensayos y artículos periodísticos de diversos autores que analizan los tiempos violentos y a sus protagonistas, así como en la lectura de más de una cuarentena de libros que analizan y denuncian la guerra sucia que se inicia el 18 de mayo de 1980. Desde, sólo para citar algunos títulos, Guerra popular en el Perú – El pensamiento Gonzalo (1989) editado por Luis Arce Borja, Sendero (1991) de Gustavo Gorriti, Muerte en el Pentagonito (2004) de Ricardo Uceda, pasando por Los topos (1991) de Guillermo Thorndike, Ojo por ojo (2003) de Umberto Jara, Sin Sendero (2009) de Vladimiro Montesinos, Que difícil es ser dios (1989) de Carlos Iván Degregori, hasta De puño y letra (2009) de Abimael Guzmán Reinoso.
En este tramo descubrí también a muchísimos autores que han dedicado su pluma creativa a los asuntos de la guerra desde diversos ángulos, disímiles en toda línea, pero con un conocimiento bastante profundo de las luchas, las esperanzas y las contradicciones andinas, escenarios donde se libraron las feroces batallas de armados contra armados y el gran pueblo desarmado. Fue justamente en el 2009 que viajé a Lima y se me ocurrió la locura de visitar la cárcel de máxima seguridad Miguel Castro Castro, el pabellón B, donde me encontré con los miembros del Grupo Literario Nueva Crónica. La manera como logré mi ingreso a la cárcel puede formar parte de una alucinante novela. Aquí pude conversar con el famoso director de teatro campesino Víctor Zavala Cataño y Víctor Hernández que publicó Golpes de viento (2008) un volumen de cuentos sencillos, llenos de tensión e intensidad, donde se siente la calidad de seres humanos, con todas sus contradicciones, de quienes cayeron por sus ideales, asumiendo la violencia revolucionaria como partera de la historia. El cajamarquino, Agustín Machuca Urbina, en Trece días (2012) narra los días de torturas que sufre un combatiente del Ejército Guerrillero Popular del PCP.
Anteriormente había leído Camino de Ayrabamba y otros relatos (2007), una antología escrita en la prisión por algunos miembros del Grupo Literario Nueva Crónica. Desde Harta cerveza y harta bala (1987) Luis Nieto Degregori mostró su preocupación por el tema de la insurgencia senderista y la contrainsurgencia militar, lo siguió en La joven que subió al cielo (1988) donde una chica enamorada de un senderista pasa dos semanas con un grupo insurgente durante su campaña armada y en Como cuando estábamos vivos (1989) cuando el conflicto sangriento se extiende en todo el país. Félix Huamán Cabrera le da voz a un sobreviviente del exterminio de una comunidad campesina por parte del ejército en la novela Candela quema luceros (2006), cuya primera edición data de 1989. Susana Guzmán, hermana de Abimael, también cuenta una historia otoñal ambientada en los años cincuenta e incluye pasajes sobre el huracán de Sendero Luminoso en En mi noche sin fortuna (1999). También circularon con éxito La otra versión (2003) y Lo que se viene (2006) de Gabriel Uribe. Desde el cuzco Areli Aráoz Villasante nos entrega Después del silencio (2007) una historia de amor y traición en el marco de la guerra subversiva. Con El idioma del fuego (2007) Martín Reátegui Bartra retrata las luchas de los pueblos selváticos confrontados al flagelo violentista que azotó a nuestro país.
Dante Castro es otro de los autores que se define como "poco recomendable para cardiacos, no sugerible para sentimentales e inelegible para señoras respetables", ha remecido la literatura nacional a través de sus narraciones y ensayos publicados en internet como en sus emblemáticos libros Otorongo y otros cuentos (1986) o Tierra de pishtacos (1999). Sin duda, entre los mejores libros que tratan la guerra desde dentro se pueden mencionar la galardonada novela Retablo (2006) del ayacuchano Julián Pérez y La niña de nuestros ojos (2010) del cajamarquino Miguel Arribasplata Cabanillas. Desde París Mario Wong escribió Su majestad el terror (2009). Óscar Colchado Lucio también nos entregó Rosa Cuchillo (2000) que narra, apoyándose en la mitología, los dos mundos, el de la guerra y el de la muerte. El autor Jorge Flórez-Áybar, nacido a orillas del Lago Titicaca, en su libro La agonía de Kamáchiq (2009) talla el drama de los hombres del Ande. Lo mismo que en Hienas en la niebla (2010) su autor, Juan Morillo Ganoza, ofrece una perspectiva diferente sobre las acciones de los personajes que participaron en la guerra interna. La novela Confesiones de Tamara Fiol (2009) del famoso Miguel Gutiérrez contando las aventuras del reportero salvadoreño-norteamericano Scott Bartres que llega al Perú para realizar un reportaje sobre las mujeres de Sendero teniendo como confidente a Tamara Fiol, quien le expone como empezó todo, incluido las revueltas de los sesenta y la llegada del conquistador Pizarro a Piura, es una cháchara aburrida y ni siquiera la belleza de Tamara y sus frenéticos actos sexuales resultan atractivos. Ha sido Rodrigo Nuñez Carvallo quien ha publicado Sueños bárbaros (2010) una novela muy original, aunque no trata directamente de la violencia, sino más bien sus secuelas calando en forma sorprendente al interior de un grupo de apasionados por el cine y el amor a la vida. Jorge Espinoza Sánchez en Las cárceles del Emperador (2007) retrata la arbitrariedad y el horror de la oscura etapa fujimontesinista en cuanto al atropello de los derechos humanos y las ejecuciones extrajudiciales, esto lo convierte, en mi opinión, en otra de las novelas que todo peruano, que se precie de honesto y democrático, deba leer. Hace unos días me llegó Profetas del odio - Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso (2012) de Gonzalo Portocarrero que en poquísimo tiempo ya cuenta con dos ediciones y una reimpresión y cuya presentación pública despertó la ira del reciente estrenado movimiento pro-senderista: MOVADEF.
Este ha sido un recuento, a la volada, de los libros que he leído desde este mi cómodo sillón Voltaire de Colonia, la mayoría de ellos no han sido reseñados en las revistas o periódicos de circulación nacional, ni siquiera se los menciona. Los críticos o difusores culturales los desconocen o se hacen los suecos. Muchos de estos libros seguro duermen olvidados en los anaqueles de algunas librerías o de algunas bibliotecas. Y no olvidemos a los poetas, que no son pocos, quienes en hermosos poemarios y en blogs dan cuenta de aquellos tiempos horribles. Sin duda sigue y seguirá creciendo el interés de los autores, tanto letratenientes como proletras, pa’ meter su cuchara en la última guerra interna, así lo manifiesta Mark Cox en uno de sus libros de ensayos Sasachakuy tiempo – Memoria y pervivencia (2010) donde deduce que ya existirían algo más de "306 cuentos y 68 novelas por 165 escritores", además de "por lo menos 30 novelas en inglés" así como "unas dieciséis películas en español y en inglés". Y así tiene que ser, poco a poco la verdad verdadaderamente verdadera saldrá a la luz para el bien de las mayorías o el mal de algunas minorías.

Colonia, septiembre del 2012.