Todos
sabemos que la historia política del Perú está salpicada de sangre. No voy a
recurrir a los manuales de enseñanza donde se cuenta con muy mala intención, desde
la visión del vencedor, los acontecimientos históricos, o sea, las peleas entre
criollos y burgueses para dejarnos esta patria bruta y achorada que padecemos. Está
clarito que la burguesía y sus agentes políticos usaron al pueblo para lograr
sus fines que nunca fueron ni son los fines populares. Lo mismo hizo Sendero
Luminoso que organizó la guerra en nombre de un pueblo que nunca se lo pidió. Mi
partida hacia Alemania, a inicios de los 80, me apartó de los grupos literarios
y sus polémicas, me aisló de la sociedad en plena ebullición: huelgas, marchas,
crisis económica, guerra interna, recesión, corrupción, ratería y otras
lindezas que convirtieron al Perú en un burdel, al decir de Pablo Macera, o en
una gigantesca cloaca, según el poeta Domingo de Ramos.
El
asesinato de un grupo de periodistas y las primeras masacres contra campesinos
por parte de las Fuerzas Armadas en su afán de liquidar a las huestes de
Sendero Luminoso me motivaron a escribir la historia Pacha Tikra! (¡Mundo revuelto!)
con el que gano el primer puesto de los Juegos Florales Josafat Roel Pineda (1988)
y que fuera incluido en el libro de cuentos La danza de la viuda negra
(2001) y antologado por Mark Cox en Cincuenta años de narrativa andina
(2005). Desde 1980 hasta la actualidad han transcurrido algo más de tres
décadas, creo que aún es prematuro para exorcisar todos los demonios de la
guerra, para hablar de sus heridas, de sus cicatrices, aún es necesario que se
abra paso a la verdad verdadera que
se inició con las investigaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación,
y a los escritores nos asiste el deber, si queremos, claro, de encontrar el camino que
desciende al infierno para recoger los retazos de la memoria y escribir
creadoramente aquellos años que se niegan en todos los estratos oficiales y
oficiosos.
Cuando
en el 2004 Mark Cox publica Pachaticray (El mundo al revés) – Testimonios y ensayos sobre la violencia
política y la cultura peruana desde 1980 da cuenta que “desde 1982 por lo
menos 104 escritores han publicado 192 cuentos y 47 novelas sobre el tema”,
entonces no sólo son, además de Mario Vargas Llosa, Alonso Cueto, Iván Thays, Santiago
Roncagliolo, Daniel Alarcón, entre otros, “más de una docena de escritores han
tratado el tema” (Enrique Sánchez Hernani). A estas alturas ese número ha
crecido considerablemente y algunos escritores incluso han merecido el
reconocimiento de premios importantes.
La
visión literaria urbana, limeña o cosmopolita más difundida que se tiene de la
guerra interna es aquella que la encarnan autores como Víctor Andrés Ponce que
dio a conocer De amor y de guerra en 2004 como “la primera gran novela de la
dolorosa guerra que Sendero Luminoso desencadenó en el Perú y sobre la heroica
resistencia de los ronderos durante los ochentas”, según se anota en la
contracarátula. Pero es, primero, Alonso Cueto que con La
hora azul (2005) al obtener el Premio Herralde de Novela en Barcelona
(España) “internacionaliza literariamente” el asunto de la violencia política y en la novela
se cuentan los avatares de un próspero abogado limeño, hijo de un héroe militar
que estuvo a cargo de un cuartel en Ayacucho. Después, en 2006, Santiago
Roncagliolo gana el Premio Alfaguara con la novela Abril Rojo que no fue muy
bien recibida en ciertos sectores de la cultura peruana debido a los infinitos
errores que comete en la trama y en el estilo. Daniel Alarcón, desde EEUU, en los
cuentos Lima, Perú, 28 de julio de 1979
y en Guerra
a la luz de las velas (2006) que le da el nombre a su libro, explica las
razones internas de algunos levantados en armas y el 2007 en su novela de post-guerra
Radio
Ciudad Perdida, Norma, la protagonista, a través de las ondas de una
radio intenta reunir a los familiares de los desaparecidos. Catapultado por la
fama que le otorgó el premio Alfaguara, Santiago Roncagliolo se manda con La
cuarta espada (2007) que no es un buen “documento periodístico” ni
tampoco “una novela en la tradición de A
sangre fría” como prentenden sus editores. Anagrama premia en calidad de
finalista del Premio Herralde de Novela 2008 a Un rincón llamado oreja de perro
de Iván Thays, que se la puede leer de un tirón, aunque para mí no está a la
altura de las obras primigenias del autor. También el Nobel peruano Mario Vargas Llosa se
“mete a la guerra” y escribe Lituma en los Andes, Premio Planeta
1993, donde narra la vida del cabo Lituma y su adjunto Tomás en un campamento
minero de la sierra peruana amenazados constantemente por los guerrilleros
maoístas de Sendero Luminoso.
No
hay que olvidar que también los militares han escrito sobre la guerra. Uno de
los primeros libros que me llegó fue Un rincón para los muertos (1987) de
Samuel Cavero un oficial de la Fuerza Aérea Peruana y con estudios de
literatura y lingüística en la Universidad Católica. La novela Desde
el valle de las esmeraldas (2011) del oficial de infantería Carlos
Enrique Freyre, que narra los problemas y las contradicciones de las huestes del ejército en la zona
de emergencia. Carlos Edal con Cuentos Verdes de la zona roja (1993) nos entrega las historias de aquellos jóvenes que les toca cumplir
el servicio militar en Ayacucho en plena lucha antisubversiva. En un ensayo
publicado en el blog del Gremio de Escritores del Perú, Samuel Cavero cita a
Carlos Edal: “Es verdad, que cada uno de nosotros tendrá su propio cuento de
los años de la violencia que la sociedad peruana ha tenido que enfrentar,
dejándonos una huella imborrable. Es interesante en cuanto se ha escrito mucho
desde la visión del pueblo o de los subversivos, pero pocas veces desde los militares
quienes igualmente sacrificaron muchas vidas”. Hace poco Luis Fernando Cueto, chimbotano,
ex policía y abogado, ganó la última versión del Premio Copé Internacional 2011
con su novela Ese camino existe (2012), que con un lenguaje sobrio va
trazando la azarosa vida en los campamentos antisubversivos y subversivos, los
sentimientos de los diversos protagonistas "los dibuja" con un endiablado trazo a
la manera de un experimentado pintor y para bien de todos los lectores.
Para escribir
mi novela El espanto enmudeció los sueños (2010), me pasé algo de más de tres
años sumergido entre blogs, ensayos y artículos periodísticos de diversos
autores que analizan los tiempos violentos y a sus protagonistas, así como en
la lectura de más de una cuarentena de libros que analizan y denuncian la guerra sucia que se inicia el 18 de mayo de
1980. Desde, sólo para citar algunos títulos, Guerra popular en el Perú – El pensamiento Gonzalo (1989) editado
por Luis Arce Borja, Sendero (1991) de Gustavo Gorriti, Muerte
en el Pentagonito (2004) de Ricardo Uceda, pasando por Los
topos (1991) de Guillermo Thorndike, Ojo por ojo (2003) de Umberto Jara, Sin
Sendero (2009) de Vladimiro Montesinos, Que difícil es ser dios
(1989) de Carlos Iván Degregori, hasta De puño y letra (2009) de Abimael
Guzmán Reinoso.
En este tramo descubrí también a muchísimos
autores que han dedicado su pluma creativa a los asuntos de la guerra desde diversos
ángulos, disímiles en toda línea, pero con un conocimiento bastante profundo de las luchas,
las esperanzas y las contradicciones andinas, escenarios donde se libraron las
feroces batallas de armados contra armados y el gran pueblo desarmado. Fue
justamente en el 2009 que viajé a Lima y se me ocurrió la locura de visitar la
cárcel de máxima seguridad Miguel Castro Castro, el pabellón B, donde me
encontré con los miembros del Grupo Literario Nueva Crónica. La manera como
logré mi ingreso a la cárcel puede formar parte de una alucinante novela. Aquí
pude conversar con el famoso director de teatro campesino Víctor Zavala Cataño
y Víctor Hernández que publicó Golpes de viento (2008) un volumen
de cuentos sencillos, llenos de tensión e intensidad, donde se siente la calidad
de seres humanos, con todas sus contradicciones, de quienes cayeron por sus ideales, asumiendo la violencia revolucionaria como partera de
la historia. El cajamarquino, Agustín Machuca Urbina, en Trece días (2012) narra los días de torturas que sufre un combatiente del Ejército Guerrillero Popular del PCP.
Anteriormente había leído Camino de Ayrabamba y otros
relatos (2007), una antología escrita en la prisión por algunos miembros
del Grupo Literario Nueva Crónica. Desde Harta cerveza y harta bala (1987) Luis
Nieto Degregori mostró su preocupación por el tema de la insurgencia senderista
y la contrainsurgencia militar, lo siguió en La joven que subió al cielo (1988) donde una chica enamorada de un senderista pasa dos semanas con un grupo
insurgente durante su campaña armada y en Como cuando estábamos vivos (1989)
cuando el conflicto sangriento se extiende en todo el país. Félix Huamán Cabrera le
da voz a un sobreviviente del exterminio de una comunidad campesina por parte
del ejército en la novela Candela quema luceros (2006), cuya
primera edición data de 1989. Susana Guzmán, hermana de Abimael, también cuenta
una historia otoñal ambientada en los años cincuenta e incluye pasajes
sobre el huracán de Sendero Luminoso en En mi noche sin fortuna (1999).
También circularon con éxito La otra versión (2003) y Lo
que se viene (2006) de Gabriel Uribe. Desde el cuzco Areli Aráoz Villasante
nos entrega Después del silencio (2007) una historia de amor y traición en
el marco de la guerra subversiva. Con El idioma del fuego (2007) Martín
Reátegui Bartra retrata las luchas de los pueblos selváticos confrontados al
flagelo violentista que azotó a nuestro país.
Este
ha sido un recuento, a la volada, de los libros que he leído desde este mi
cómodo sillón Voltaire de Colonia, la
mayoría de ellos no han sido reseñados en las revistas o periódicos de circulación
nacional, ni siquiera se los menciona. Los críticos o difusores culturales los
desconocen o se hacen los suecos. Muchos de estos libros seguro duermen
olvidados en los anaqueles de algunas librerías o de algunas bibliotecas. Y no olvidemos a los poetas, que no son pocos, quienes en hermosos
poemarios y en blogs dan cuenta de aquellos tiempos horribles. Sin duda
sigue y seguirá creciendo el interés de los autores, tanto letratenientes como proletras,
pa’ meter su cuchara en la última guerra
interna, así lo manifiesta Mark Cox en uno de sus libros de ensayos Sasachakuy tiempo – Memoria y
pervivencia (2010) donde deduce que ya existirían algo más de "306 cuentos y 68 novelas por 165 escritores", además de "por lo menos 30 novelas en inglés" así como "unas dieciséis películas en español y en inglés". Y así tiene que ser, poco a poco la verdad verdadaderamente verdadera saldrá a la luz para el
bien de las mayorías o el mal de algunas minorías.
Colonia, septiembre del 2012.