Me puse a leer Selbst
unter der Bitterkeit del poeta guatemalteco Otto René Castillo. En una de
las primeras páginas escribe: “Allen, die in Wahrheit kämpfen, um das Sytem der
Unterdrückung und des Elends in unserem schönen Land zu beseitigen.” Esto
traducido al cristiano quiere decir: “A todos los que combaten de verdad por
terminar con el sistema de la opresión y la miseria en nuestro hermoso país” y me
llevó a imaginar mi país de origen que a veces ya no es mi país sino es el país
de los “salvajes neoliberales que gobiernan desde las oficinas del CONFIED
apoyados por los ‘massmedien’ y sus lacayos genuflexos empotrados en el palacio
de gobierno”. A eso de la medianoche, cansado, caigo en los brazos del sueño y
me pongo a caminar por un valle de brillante verdor. Escucho el quebrantado
bullicio de un río cercano, pero que alcanzo a descubrir. Entre la rojez del
crepúsculo aparece mi madre ordenando, con voz severa, que vaya a bañarme. Su
voz es perentoria, no admite ninguna duda ni la pereza. Se acerca decidida y
empieza a desvestirme, no le importa que ya sea adulto, viejo y divorciado
varias veces. Mientras me desviste, me regaña, se admira de la suciez de mi ropa, de la mugre que se
apoltrona en mi pecho, en mi espalda, en mis muslos, en mis brazos y entre los
dedos de mis pies. Le perece deleznable mi cuerpo huesudo y mi panza tan
prominente. Eso te pasa, asegura, porque no haces deporte, mira, ve, hasta tu
pinga está arrugada de tanto estar sentado y escribiendo todo el santo día en esa
maldita computadora. Desnudo avanzo en busca del río. Siento que las hojas y
las piedritas me causan cosquillas y un cierto dolorcillo placentero en la
planta de los pies. Me abro paso entre enormes árboles, montes que exhiben
diversas y multicolores flores, en eso aparece ella, una de mis últimas ex
mujeres, flotando entre la maleza, como volando en lo alto. Su cabello chicoteando
la hojarazca, haciendo crujir a las ramas, golpeando los troncos de los árboles.
Sus manos van separando la maleza que le impide caminar. Por momentos puedo apreciar
sus senos redondos, grandes, prietos, con los pezones redondos y rosados. Distingo
su piel mojada por una lluvia que no se ve, invisible, pero sonora, o como recién
salida de la ducha. En otro momento aparecen sus piernas, dos firmes y potentes
columnas apoyadas en unas enormes piedras grises. Un frondoso y exhuberante
bello púbico cubre el monte de venus bajo un gracioso ombligo. La solidez de
sus muslos, de sus caderas, arrebata mi mirada, enciende mis deseos de poseerla.
La lujuria vulnera mis fronteras y mi madre, como una pesadilla, inmisericorde,
haciéndome recordar: "Mientras no te bañes esa mujer no será tuya
nunca". Entonces corro desesperado en busca del río... Me despierto
buscando el río, de calor, sudando...
Montag, 9. September 2013
Donnerstag, 1. August 2013
Apuntes sobre la novela “El espanto enumudeció los sueños” de Walter Lingán / Miguel Garnett
Al inicio de su Informe Final, la peruana Comisión de la Verdad y la Reconciliación dice que “ha constatado que el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000 constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República. Asimismo, que fue el conflicto que reveló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”. La novela de Walter Lingán, “El espanto enmudeció los sueños”, tiene el propósito de ilustrar esto y contribuir a la tarea imprescindible de mantener viva la memoria del conflicto ––sus raíces, sus barbaridades y su mensaje para futuras generaciones––.
La novela se divide en tres partes. La primera se
inicia en un barrio marginal de Lima en los tiempos del Chino Velasco y nos lleva hasta los tiempos del Chino Fujimori. El estilo es lacónico,
irónico y mordaz, y es manejado magistralmente por el autor de tal manera que
el lector se pasea con gracia entre los pobladores de El Barrio y los
empresarios, los políticos del CongreZoo
y los integrantes de las Fuerzas del
Orden. Se respira la pobreza, la marginación, la injusticia y, fácilmente,
se siente compañerismo con Roberto ––el narcotraficante––, con Carlos y Tito ––choros de alto vuelo–– y con el narrador
mismo, que goza del nombre Gustavo William Hernán Ricardo de la
Hoz Díaz del Castillo o, en breve El periodista, ––fotógrafo y periodista
de bajo vuelo–– cuya madre, enferma, es incansable en su lucha por la
sobrevivencia de su familia, mientras su padre, sastre pobre, la abandona.
También el lector es golpeado por la frustración, la cólera y la impotencia de
la clase obrera, tildada terruca por
los incompetentes que manejan el país; sobre todo Alan Babá y sus cuarenta ladrones. Todo se resume en la frase “años
de violencia, tiempos jodidos”.
Se presentan algunas de las matanzas ocurridas
durante el gobierno de El forajido
oriental, como aquella de la
Cantuta y Walter Lingán nos lleva a compartir la
desesperación de las madres humildes, cuando sus hijos fueron llevados presos y
luego nadie daba razón de ellos: “¡Carajo, vieja de mierda, anda busca a otro
lado!” le grita un soldado a Angélica Mendoza.
Cajamarca, septiembre, 2010.
Montag, 13. Mai 2013
Un mirlo canta sobre mi tonelada desnuda
Coskum Oezer |
Ha sido un
sueño terrible, dijo Alejandro. Estaba en medio de una calle. Lloviznaba bajo
una niebla espesa. Los edificios hendían sus crestas en la oscuridad de un
cielo cerrado a la luz. De pronto, así de la nada, escuché un ruidoso tropel
como de ultratumba: pacatán, pacatán, pacatán. Los bestiales relinchos me
estremecieron. Una espina de terror, una angustia desesperante entró en mi
pecho. Así, asustado por los relinchos y el estruendo de ese trote
escalofriante, comencé mi fuga. Algo desconocido, sobrenatural, me perseguía.
Eso imaginaba. No había visto nada, sólo sentía ese galope desbocado tras de
mí. No sé si me seguían. No lo sé, pero el sordo rebote de sus pisadas y sus
locos relinchos sonaban en mis oídos como una seria amenaza. Era todo tan real,
tan nítido, no parecía un sueño, dijo Alejandro tembloroso, pegado a mi cuerpo
deseoso de cariño, nach Zärtlichkeit. Oh Gott, die Lust brennend!
Detuvo sus manos frías sobre mi cintura revolucionada, afiebrada; luego,
aparentemente más tranquilo, prosiguió con la historia de su sueño.
El viento
refunfuñaba estrellándose contra mi rostro, dijo Alejandro. Era un viento
silbante y frío. Solo, no había nada a lo largo de esa calle pesallidesca,
oscura. El galope volvió a golpear la calle silenciosa y negra con ese pacatán
continuo, estridente y demoníaco. Los relinchos explotaban en el silencio.
Conforme corría, el temor se iba acrecentando, se potenciaba. Mi corazón
bramando, trabándose, gambeteándose, amenazaba reventarse, trozarse en pedazos.
La respiración intermitente, anudándose entre la bruma de la noche, se volvía
cada vez más embrollante. Después de atravesar un claro pequeño, sumido en una
angustia casi absoluta, entré a otra calle larga y estrecha, cercada por
enormes edificios anubarrados, tristes. Daba la impresión que esa llovizna
mustia se descolgaba precipitadamente desde sus techos. El cielo no se divisaba
opacado por la impresionante oscuridad. Seguí corriendo por el centro de ese
callejón acosado por el ruido tétrico de aquel siniestro: pacatán, pacatán,
pacatán. El estampido delirante y los relinchos redoblados espantosamente por
el eco y el pánico sobrecogedor me impulsaban a seguir mi carrera incontrolada.
No sé por qué, pero no debía detenerme, no debía dejarme atrapar. Laufen!
Correr en la negrura de la noche. Correr con el miedo negro a cuestas. Schwarze
Angst. Escapar. Sí, ahora que estoy despierto sé que sólo fue un sueño. Sin
embargo sigo escuchando el pacatán, pacatán, pacatán y los penetrantes
relinchos y tengo miedo, muchísimo miedo.
¿Puedes
imaginarte, Kathrin, el miedo absoluto? El miedo más miedo. La negrura temible
y el miedo. La calle sola. ¡Tremenda soledad! Los recuerdos reviviendo a mi
padre en la más triste orfandad, desamparado. La llovizna persistente. El
laberíntico tropel resonando tras mis espaldas. Pacatán, pacatán, pacatán. La
fantasmal aparición bufando desbocada, apresurando sus movimientos. También
Daniel vino a mi memoria, sus primeros pasos, inseguros, cortos. Imaginé el
aguacero de París empozándose en el alma andina de César Vallejo. Todo esto rememoraba Alejandro.
Aber ich, ich und die Lust. Oh Gott, die erneute Spitze der Lust! Mein
Körper war Feuer, während Alejandros Körper ein einsteigendes Eis. Brmmm!
¡Brmm! El muslo de Alejandro sobre mi muslo. Wow, Alex! Pierna
sobre pierna. No lo dudo, fui para ti la hermosa muchacha de los muslos
perfectos en minifalda. La jovencita bonita de los ojos negros. Negritos, como
decía Alejandro. La gran mujer de los senos turgentes y el escote turbador
desde cualquier ángulo que se le mire. Oh, Alejandro, tanta vida, tanta luz,
tanta poesía, tanto amor. Me rompo la cabeza y no logro entender qué fue lo que
pensó Alejandro para hacer lo que hizo. No
sé. Ich weiss nicht. Ich weiss es nicht. Nein!
Por
suerte, contó Alejandro, en una esquina me topé con unos edificios en
construcción. Ahí decidí ocultarme. Como pude salté una zanja y, con el alma
colgada de un hilo, me agazapé tras un muro de ladrillos. Respiraba
precipitadamente. El miedo agigantándose en mi pecho. El cuerpo temblándome.
Una pierna chocando con la otra. La imaginación remontándose hasta el mismo
infierno. El miedo, el terror ascendiendo locamente. En eso escuché cómo la
galopada disminuía de ritmo y velocidad, se hizo más suave. Mi perseguidor
parecía buscarme. Avanzaba. Se detenía. Oteaba la oscuridad. Plash, plash
volvía a moverse. Percibí muy cerca, demasiado cerca, los bufidos de la bestia.
El silencio zozobrando en mi semblante. La respiración inflamaba mi pecho
agitado con un aire seco, sofocante, a pesar de la llovizna. Un relámpago rasgó
el cielo. Mis alrededores se iluminaron por breves segundos. Así fue como
divisé, a pocos metros, la punta refulgente de una barra de hierro. Quise
cogerla, pero las pisadas: plaaash, plaaash, avanzaron hacia mi escondite. Me
quedé quietecito. Mi perseguidor, desconcertado, se plantó en seco. A pesar de
mis fuerzas ostensiblemente disminuidas por la pérdida constante de sangre,
aproveché la ocasión, di un salto y alcancé la barra. Esperé dispuesto a
jugarme la vida frente a mi enemigo. Sólo el cielo lloraba esa madrugada y su
llanto se enredaba en mis cabellos, los mojaba sin piedad. Mis intestinos
colgaban atrapados por una de mis manos, pero no sentía ningún dolor, el miedo
era más grande. De pronto, un poderoso ramalazo de viento negro se arrojó en
contra de mí. Sólo atiné a hundirle la barra como pude, nada más. La sombra
negra, el pedazo de viento, dando un grito retumbante, cayó con todo su peso a
mis pies. Sin pensar en nada, saqué y volví a meter la barra varias veces en
ese maligno cuerpo, en esa malagua salida de la malahora.
Pasado el
susto, pude por fin respirar con tranquilidad. Cuando me acerqué, con mucho
cuidado, temeroso, para identificar a mi perseguidor, reconocí a mi madre. Era
mi madre. ¿Te das cuenta Kathrin lo que había hecho? La había atravesado con el
fierro. Ahí estaba mi madre muerta por mis propias manos. Me arrodillé a su
lado. Sentí sus ojos vidriosos enfocando mi rostro. Grité su nombre y me
maldije por lo que había hecho. Maldije haber nacido y lloré. En eso escuché su
voz. No llores, hijo, el demonio ha querido llevarte, menos mal que pude entrar
en tus sueños y protegerte. Parada sobre un muro a pocos metros de donde
estaba, mi madre sonreía, su rostro estaba feliz, contento. Tu vida es más
importante, hijo. Con mi muerte te entrego una vida más. El día iluminaba ya
las sombras, amanecía, cuando desperté. Ojalá que sólo haya sido un sueño, ¿o
serán los sueños el otro mundo en que habitamos?, dijo finalmente Alejandro.
Me dio un
beso. Estás frío, le dije. Tengo el alma helada, me contestó Alejandro, al
mismo tiempo que se levantaba. Su cuerpo parecía un bloque de hielo. Sin duda
la muerte se había apoderado de su alma, su cuerpo ya no era más que una
sombra. Había muerto. Había dejado de existir. Esa mañana Alejandro sólo era un
rastro. Un halo sin vida. Sólo viento. Viento frío. Ni él ni yo nos dimos
cuenta de eso. Mein Gott, unglaublich!
Como todos
los días, Alejandro entró en la habitación de Daniel, nuestro hijo. Escuché que
le decía: nada te va a doler, nada duele en este mundo. Después regresó, abrió
la ventana, dijo que hacía buen tiempo, bonito día vamos a tener, el sol está
saliendo. Tendremos una mañana espléndida. En un día como estos suceden hechos
trascendentales, inolvidables... Por eso me es imposible entender lo que hizo
después. Cansada todavía, tuve flojera de abrir los ojos para mirar la
hermosura del nuevo día. Eso sí, me llenó de contento al oír su voz con un tono
alegre. La noche anterior, antes de dormir, habíamos hecho el amor con una
locura increíble. Esa noche gocé como se debe gozar, sin tapujos y sin
vergüenza. El fuego de sus manos supo levantarme entre vientos delirantes, sus
dedos galoparon por mi cuerpo como potros enardecidos. ¡Ay!, cómo me encendía,
cómo su voz susurrante ardía en mi corazón. Volaba en lo alto der Sieben
Gebirge. Me deshacía en nieblas, en vientos caprichosos. Bailando llegó a
mis adentros. Cómo ardían sus manos en mis pechos, en mis nalgas, en mi
espalda. Su boca salivada cómo quemaba mi boca. Oh Gott! Moría y vivía.
Dentro de mí había música, cantaba la dicha. Todo, todo era mío, sólo mío. Liebling,
papacito, ven, dame, entra, entra Schatz, Liebling... y terminé en
chorros grandes, furiosos, fenomenales, ríos sin fin. Los recuerdos, tan
presentes, tan recientes y procaces, me mojaron. Así, húmeda, deseosa,
ardiente, puse mi mano en la corola que había vuelto a inflamarse y me quedé
brevemente dormida, escuchando el CD que había colocado Alejandro o ese halo
sin vida, sin ánimo: procura seducirme muy despacio / y no reparo de todo lo
que en el acto te haré / procura caminarme ya como la ola del mar / y te
aseguro que me hundo para siempre en tu rodar...
A los
pocos minutos, el laberinto, los gritos de la calle me despertaron, me
obligaron a levantarme. Me acerqué a la ventana. Desde ahí vi el pijama
deshecho, el cuerpo de Alejandro, en la mitad de la calle, en una posición
semejante a un paralizado paso de tango. Un grito desesperado se ahogó en mi
boca. No supe qué hacer. Al borde de la locura me derrumbé en el sofá. En eso
dije: ¡Daniel! Mein Sohn! ¡Hijo mío! Corrí a su habitación. Was ist
geschehen, mein Gott? No lo podía creer. Daniel se desangraba. Con una
profunda tristeza brillando en sus ojitos se despedía de la vida. Tenía el
cuchillo de la cocina clavado en el pecho y el vientre abierto como un inmenso
boquerón. Unos minutos más tarde, una llamada telefónica anunció la muerte de
la madre de Alejandro. Ese día, enloquecida, vencida, impotente ante la muerte,
lloré, lloré sin consuelo. Sigo llorando y un mirlo canta sobre mi tonelada
desnuda, se despereza en la baranda del balcón.
Donnerstag, 21. Februar 2013
Un cuy entre alemanes
Y Michaela también se me fue
a pesar del juramento de querernos hasta llegar a viejitos. Nos imaginábamos
ancianos caminando con bastones, llegando, arrastrando los pies, hasta una de
las bancas de la Uniwiese y ahí, tomados de las manos contemplar la puesta del
sol en el verano, la caída de las hojas en el otoño, ver jugar a nuestros
nietos en las nieves invernales. Pero una mañana, creo que se levantó con el
pie izquierdo, y me dijo que ya no me quería y que era mejor separarnos. Otra
vez la soledad, el abandono, pensé que iba a morir. No sé por qué extraños motivos
La casa del sol naciente de Evelyn
García aumentó la nostalgia, sin embargo pude percibir que cada capítulo de la
novela estaba precedido, sin excepción, por citas de autores como
advirtiéndonos lo mucho que ha leído la autora. Al poco tiempo llegó el mes de
julio, el verano empezó a flamear sobre la ciudad. Todos los peruanos, cholos y
no cholos, todos, como en competencia, se mostraban patriotas, defensores del
suelo peruano, de la cultura peruana bailando salsa y tomando cerveza Kölsch
hasta embriagarse y terminar armando broncas fenomenales. La embajada peruana
en Bonn también había invitado a celebrar el 28 de julio. Muchos peruanos bien
“enpilchados” asistieron a la reunión de la peruanidad, luego de eso nos
reunimos en mi casa. Mientras el embajador se hinchaba el pecho de patriotismo
yo estaba en casa leyendo la Resurrección
de los muertos de Gamaniel Churata y cuando la tropa de patas llegó,
algunos con síntomas claros de borrachera, una amiga peruana ya tenía lista la
cena. A medianoche hombres y mujeres ya estaban borrachos y habían arrasado con
el bar. Todos se sentían bien peruanos y cantaban desentonados “Cholo soy y no
me compadezcas...”. Días antes me había emparejado con Monika y la conversación
muy animada con la novia del Gordo había despertado sus celos. La locura de los
celos la había llevado a destruir los espejos del baño, a tirar las macetas en
la bañera, no contenta con eso, vino a donde estábamos y, emulando a David
Copperfield, jaló el mantel de la mesa, pero le falló el truco y volaron tazas,
vasos, copas, platos y botellas al suelo. La sorpresa nos dejó a todos en
silencio. Walter Komm mal mit!, fue la única orden que hizo Monika. No,
cholito, no te vayas, esa gringa grandota te mata. El gordo se presentó como mi
abogado, pero ella furiosa, le ordenó: ¡Vayate, Gordo, váyate! El Gordo me
bendijo y me dejó pasar. Monika ya estaba metida en la cama, me senté a su
lado, esperando una explicación. Pero ella ya estaba más tranquila y más bien
empezó a pedirme disculpas. Igual que José al enterarse del embarazo de María en
El quinto mandamiento de Marco
Cárdenas, empecé a reprocharle su extraña actitud a Monika. Estuve celosa de la
novia del Gordo, creía que quería algo contigo, me dijo. Después hicimos el amor, que
siempre después de una bronca, es mucho más rico...
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