Donnerstag, 1. August 2013

Apuntes sobre la novela “El espanto enumudeció los sueños” de Walter Lingán / Miguel Garnett


Al inicio de su Informe Final, la peruana Comisión de la Verdad y la Reconciliación dice que “ha constatado que el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000 constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República. Asimismo, que fue el conflicto que reveló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”. La novela de Walter Lingán, “El espanto enmudeció los sueños”, tiene el propósito de ilustrar esto y contribuir a la tarea imprescindible de mantener viva la memoria del conflicto ––sus raíces, sus barbaridades y su mensaje para futuras generaciones––.

La novela se divide en tres partes. La primera se inicia en un barrio marginal de Lima en los tiempos del Chino Velasco y nos lleva hasta los tiempos del Chino Fujimori. El estilo es lacónico, irónico y mordaz, y es manejado magistralmente por el autor de tal manera que el lector se pasea con gracia entre los pobladores de El Barrio y los empresarios, los políticos del CongreZoo y los integrantes de las Fuerzas del Orden. Se respira la pobreza, la marginación, la injusticia y, fácilmente, se siente compañerismo con Roberto ––el narcotraficante––, con Carlos y Tito ––choros de alto vuelo–– y con el narrador mismo, que goza del nombre Gustavo William Hernán Ricardo de la Hoz Díaz del Castillo o, en breve El periodista, ––fotógrafo y periodista de bajo vuelo–– cuya madre, enferma, es incansable en su lucha por la sobrevivencia de su familia, mientras su padre, sastre pobre, la abandona. También el lector es golpeado por la frustración, la cólera y la impotencia de la clase obrera, tildada terruca por los incompetentes que manejan el país; sobre todo Alan Babá y sus cuarenta ladrones. Todo se resume en la frase “años de violencia, tiempos jodidos”.

El periodista es detenido, acusado de ser terrorista, aunque jamás haya matado siquiera una mosca, y termina preso en la Luminosa trinchera de combate, donde pasa la segunda parte de la novela con El forajido oriental Fujimori. Mayormente, el texto es un monólogo de parte de El periodista porque El forajido oriental nunca le contesta y El periodista se queja: “Puta madre, chino de mierda, no sé como hacer para que hables… ¡Carajo, di algo, chino güevo frito! Tú te haces el cojudo y no dices nada. Un día de estos a palos te voy a hacer hablar, aunque se enoje La estudiante de los millones Keiko”. El periodista tutea a Fujimori y hacia el final de la novela dice: “Albertito, disculpa, ya sé que no debería tutearte, pero ya lo hice, eso te jode, te disgusta, pero como no soy hombre de muchas luces, te pregunto: ¿no te arrepientes de nada?”

El periodista se queja de la diferencia entre el trato dado a él y aquel a El forajido oriental: “Yo no había robado ni matado a nadie pero me sacaron la puta madre para declararme culpable y me descoyuntaron a golpes. A ti no te tocaron ni con el pétalo de una rosa.” Sin embargo, la corrupción nacional que hacía que la vida y el bienestar de todo el mundo dependían de El forajido oriental y de El espía imperfecto hace que aún ahora, cuando el régimen ha fenecido, El periodista pregunte a El forajido oriental: “¿Crees que La estudiante de los millones Keiko, en collera con Alan Babá y los cuarenta ladrones, te podrá sacar de la cárcel si es elegida presidente de La Nación? Si es así, compadre, no te olvides de este pobre pechito”.

Las barbaridades y las cojudeces del dúo El forajido oriental y El espía imperfecto no se presentan en forma lineal, sino con saltos hacia delante y hacia atrás ––cosa muy aceptable en un país denominado De las Maravillas y donde se supone que todo está de cabeza y al revés––. Nos encontramos con personajes que hicieron historia durante la dictadura del chinito Made in La Nación. Recordamos el autogolpe contra que “todo tipo de protesta fue apagado por los ‘pinochitos’, los gases, los varazos, las patadas, los golpes y las armas rastrilladas de la policía y del ejército… Silenciar toda voz crítica era la orden emanada por el dúo Los Bribones. Metralletas HK vomitaban en silencio sus fuegos asesinos accionados por las manos expertas de El escuadrón pollada, más conocido como Grupo Colina”. A modo de preparar al lector para estas hazañas militares y la confrontación con los seguidores de El pensamiento Gonzalo, El periodista observa que: “Nuestra efemérides patriotas son pleitesías a los fracasos del ejército. Mira, Albertito, perdimos la guerra con Chile, el combate de Angamos, la guerra con Ecuador… El glorioso ejército peruano ha ganado guerras ‘campales’ contra obreros textiles y mineros en huelga, contra campesinos armados de lampas…”

Se presentan algunas de las matanzas ocurridas durante el gobierno de El forajido oriental, como aquella de la Cantuta y Walter Lingán nos lleva a compartir la desesperación de las madres humildes, cuando sus hijos fueron llevados presos y luego nadie daba razón de ellos: “¡Carajo, vieja de mierda, anda busca a otro lado!” le grita un soldado a Angélica Mendoza.

Así, la gran mayoría de la novela es una acusación contra los gobiernos que aplicaban métodos terroristas para combatir la insurgencia armada. Hay también unas pinceladas de crítica contra los insurgentes, Los Paladines de la Cuarta Espada, y la intolerancia de su líder, El pensamiento Gonzalo, es subrayado: “se consideraba el más más sobre la ‘Concepción del Mundo’ y no permitía que nadie le contradiga”. Más tarde leemos: “Nosotras también criticamos a la gente de El pensamiento Gonzalo porque también cometen crímenes…  Si dicen que defienden al pueblo, ¿por qué matan a campesinos y dirigentes de las comunidades?”

Entre salto y salto, la novela nos hace recordar como durante años “la guerra era andina, morían indios. ¡Y qué importaban los indios!  Pero la guerra llegó a La Ciudad… El miedo se hizo cotidiano. Coches bombas hasta en la sopa… La Ciudad se convirtió en lugar de zozobra y desazón” y la guerra popular de los Andes ya estaba presente como una bárbara realidad.

Con mordaz ironía, Walter Lingán no sólo increpa a El forajido oriental por todas las barbaridades cometidas durante su gobierno, un gobierno que “daba asco” y “la podredumbre destilaba pus por todos los poros de las instituciones bajo tu ala de pájaro malagüero”, sino hace una advertencia al gobierno actual cuando dice: “Ciertas personas como Alan Babá y sus cuarenta ladrones estarán temblando de miedo, pues apenas acabe su mandato les puede caer la quincha. La sombra de la matanza de El Frontón, de los indios de tercera clase de Bagua y la muerte de los mineros de Chala planea como águila negra sobre sus cabezas”.

La tercera, y más corta, parte de la novela ofrece al lector un desenlace sorprendente. ¿Qué es? Lea usted la obra y lo descubrirá. Yo me limito a citar sólo una frase: “Entre mafiosos y ladrones todo es posible”.

Cajamarca, septiembre, 2010.