Al
inicio de su Informe Final, la peruana Comisión de la Verdad y la Reconciliación dice
que “ha constatado que el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980
y 2000 constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más
prolongado de toda la historia de la República. Asimismo, que fue el conflicto que
reveló brechas y desencuentros profundos y dolorosos en la sociedad peruana”. La
novela de Walter Lingán, “El espanto
enmudeció los sueños”, tiene el propósito de ilustrar esto y contribuir a
la tarea imprescindible de mantener viva la memoria del conflicto ––sus raíces,
sus barbaridades y su mensaje para futuras generaciones––.
La novela se divide en tres partes. La primera se
inicia en un barrio marginal de Lima en los tiempos del Chino Velasco y nos lleva hasta los tiempos del Chino Fujimori. El estilo es lacónico,
irónico y mordaz, y es manejado magistralmente por el autor de tal manera que
el lector se pasea con gracia entre los pobladores de El Barrio y los
empresarios, los políticos del CongreZoo
y los integrantes de las Fuerzas del
Orden. Se respira la pobreza, la marginación, la injusticia y, fácilmente,
se siente compañerismo con Roberto ––el narcotraficante––, con Carlos y Tito ––choros de alto vuelo–– y con el narrador
mismo, que goza del nombre Gustavo William Hernán Ricardo de la
Hoz Díaz del Castillo o, en breve El periodista, ––fotógrafo y periodista
de bajo vuelo–– cuya madre, enferma, es incansable en su lucha por la
sobrevivencia de su familia, mientras su padre, sastre pobre, la abandona.
También el lector es golpeado por la frustración, la cólera y la impotencia de
la clase obrera, tildada terruca por
los incompetentes que manejan el país; sobre todo Alan Babá y sus cuarenta ladrones. Todo se resume en la frase “años
de violencia, tiempos jodidos”.
El periodista es detenido, acusado
de ser terrorista, aunque jamás haya matado siquiera una mosca, y termina preso
en la Luminosa
trinchera de combate, donde pasa la segunda parte de la novela con El forajido oriental Fujimori. Mayormente,
el texto es un monólogo de parte de El
periodista porque El forajido
oriental nunca le contesta y El
periodista se queja: “Puta madre, chino de mierda, no sé como hacer para
que hables… ¡Carajo, di algo, chino güevo frito! Tú te haces el cojudo y no
dices nada. Un día de estos a palos te voy a hacer hablar, aunque se enoje La estudiante de los millones Keiko”. El periodista
tutea a Fujimori y hacia el final de la novela dice: “Albertito, disculpa, ya
sé que no debería tutearte, pero ya lo hice, eso te jode, te disgusta, pero
como no soy hombre de muchas luces, te pregunto: ¿no te arrepientes de nada?”
El
periodista se
queja de la diferencia entre el trato dado a él y aquel a El forajido oriental: “Yo no había robado ni matado a nadie pero me
sacaron la puta madre para declararme culpable y me descoyuntaron a golpes. A
ti no te tocaron ni con el pétalo de una rosa.” Sin embargo, la corrupción
nacional que hacía que la vida y el bienestar de todo el mundo dependían de El forajido oriental y de El espía imperfecto hace que aún ahora,
cuando el régimen ha fenecido, El
periodista pregunte a El forajido
oriental: “¿Crees que La estudiante
de los millones Keiko, en collera con Alan
Babá y los cuarenta ladrones, te podrá sacar de la cárcel si es elegida
presidente de La Nación?
Si es así, compadre, no te olvides de este pobre pechito”.
Las barbaridades y las cojudeces del dúo El forajido oriental y El espía imperfecto no se presentan en
forma lineal, sino con saltos hacia delante y hacia atrás ––cosa muy aceptable
en un país denominado De las Maravillas
y donde se supone que todo está de cabeza y al revés––. Nos encontramos con
personajes que hicieron historia durante la dictadura del chinito Made in La
Nación. Recordamos el autogolpe contra que “todo tipo de
protesta fue apagado por los ‘pinochitos’, los gases, los varazos, las patadas,
los golpes y las armas rastrilladas de la policía y del ejército… Silenciar
toda voz crítica era la orden emanada por el dúo Los Bribones. Metralletas
HK vomitaban en silencio sus fuegos asesinos accionados por las manos expertas
de El escuadrón pollada, más conocido
como Grupo Colina”. A modo de preparar al lector para estas hazañas militares y
la confrontación con los seguidores de El
pensamiento Gonzalo, El periodista observa
que: “Nuestra efemérides patriotas son pleitesías a los fracasos del ejército. Mira,
Albertito, perdimos la guerra con Chile, el combate de Angamos, la guerra con
Ecuador… El glorioso ejército peruano ha ganado guerras ‘campales’ contra obreros textiles y mineros en huelga, contra
campesinos armados de lampas…”
Se presentan algunas de las matanzas ocurridas
durante el gobierno de El forajido
oriental, como aquella de la
Cantuta y Walter Lingán nos lleva a compartir la
desesperación de las madres humildes, cuando sus hijos fueron llevados presos y
luego nadie daba razón de ellos: “¡Carajo, vieja de mierda, anda busca a otro
lado!” le grita un soldado a Angélica Mendoza.
Así, la gran mayoría de la novela es una acusación
contra los gobiernos que aplicaban métodos terroristas para combatir la
insurgencia armada. Hay también unas pinceladas de crítica contra los
insurgentes, Los Paladines de la Cuarta
Espada, y la intolerancia de su líder, El pensamiento Gonzalo, es subrayado: “se consideraba el más más
sobre la ‘Concepción del Mundo’ y no permitía que nadie le contradiga”. Más
tarde leemos: “Nosotras también criticamos a la gente de El pensamiento Gonzalo porque también cometen crímenes… Si dicen que defienden al pueblo, ¿por qué
matan a campesinos y dirigentes de las comunidades?”
Entre salto y salto, la novela nos hace recordar
como durante años “la guerra era andina, morían indios. ¡Y qué importaban los
indios! Pero la guerra llegó a La Ciudad… El miedo se hizo
cotidiano. Coches bombas hasta en la sopa… La Ciudad se convirtió en lugar de zozobra y
desazón” y la guerra popular de los Andes ya estaba presente como una bárbara
realidad.
Con mordaz ironía, Walter Lingán no sólo increpa a
El forajido oriental por todas las
barbaridades cometidas durante su gobierno, un gobierno que “daba asco” y “la
podredumbre destilaba pus por todos los poros de las instituciones bajo tu ala
de pájaro malagüero”, sino hace una advertencia al gobierno actual cuando dice:
“Ciertas personas como Alan Babá y sus
cuarenta ladrones estarán temblando de miedo, pues apenas acabe su mandato
les puede caer la quincha. La sombra de la matanza de El Frontón, de los indios
de tercera clase de Bagua y la muerte de los mineros de Chala planea como
águila negra sobre sus cabezas”.
La tercera, y más corta, parte de la novela ofrece
al lector un desenlace sorprendente. ¿Qué es? Lea usted la obra y lo
descubrirá. Yo me limito a citar sólo una frase: “Entre mafiosos y ladrones
todo es posible”.
Cajamarca, septiembre, 2010.