Walter Lingán (Cajamarca) es de los
mejores exponentes de la narrativa peruana de las últimas décadas, periodo que
se inició con la crisis de los 80, la violencia política, la diáspora, la instauración del neoliberalismo, la
globalización, la revolución comunicacional. Ya que la literatura canónica, en
ese mismo contexto, devenía literatura de mercado conforme al proceso mundial,
lo más auspicioso de la literatura se refugió en las distintas regiones del interior
del país. La narrativa de Walter Lingán representa la versión del emigrante,
del exiliado, de este proceso emergente de la literatura peruana. Pero ya no la
visión del emigrante de la élite, de periodos anteriores, sino el proveniente
de los sectores populares o medios bajos. Como sabemos, la migración afectó por
primera vez, con carácter masivo, a jóvenes de esos sectores.
La
ingeniosa muerte de Malena es un libro de cuentos
publicado en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de
Walter Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha
dejado de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de 1993.
El realismo esencial de sus relatos está
consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo
del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes
autores, siempre en aras de la develación humana: sus obsesiones temáticas están muy entonadas de
exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su
tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el
andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien
en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta de las interpolaciones en
quechua. Así en Hay algo en el temblor de
tu discreto carmín, el relator protagonista dice: “Quiero escribirte y, en
verdad te digo, no sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus
pechos dulzones, que Me trastorna la densidad enmarañada de tu motita ensalvajando tu sexo, que
Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas… Después decirte Munanaycuway sonqochay”.
Un tema recurrente es la marginalidad del
inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado
en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza
su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la
cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus
personajes, es el amor, el amor en su más amplia acepción: desde el amor
romántico, nostálgico, hasta el erotismo más liberado, a veces con desenfado,
matizado por el carácter lúdico de su estilo. La narrativa de Walter Lingán es
también, en definitiva, tributaria de la posmodernidad, haciéndonos recordar
que es contemporánea de ella, pero por su progresismo ideológico, fundamental y
matriz, lo posmoderno diluye sus fundamentos espirituales; constituye en cambio
un aporte más a su literatura abarcadora. La obra de Walter Lingán es, en suma,
como lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter
Lingán, a través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la
vida, pero ama asimismo con intensidad a su pueblo y a sus luchas libertarias.
Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza, a
través del sentimiento de frustración del inmigrante latinoamericano -denunciado
entre alcohol y bohemia, “Entre cerveza y cerveza me he ido quedando, la
borrachera es mi exilio. No falta quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero de mierda>...” – se representa el súmmum de la nostalgia
por la patria lejana, la familia, el
amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano, muere al pie
del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta para él, la carta del amor frustrado dejado en su
país, esperada con fe pero inútilmente.
Pero esos cuadros se dan, como se palpita
en los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo
El Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior,
“Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños
es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la
gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra
pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al
que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice: “Aquí
estoy jodido, pero allá en mi país estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo
pero estaría peor”.
En cada uno de sus relatos confluyen
generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado,
así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela,
muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y
lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso
prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu
voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es
extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos
vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de
uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”
El desenlace surrealista es, a veces,
explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo
su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de
lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto,
de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido. Eso representa la
relación pasional que Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la
abuela Theresa König, que queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la
muerte de ésta. Eristof había aceptado a regañadientes en principio hacerse
cargo de Jacki. Cuando fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki
dormitaba sobre uno de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la intención de
acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por primera vez me
fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi odio hacia la
abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No podía entender
cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no obstante, la
imagen surrealista para exponer su regalado erotismo, su catártico erotismo,
está cargado siempre, a su estilo, de la ironía, del desenfado, del sarcasmo
feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto… Ronroneando
pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y el
cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que colgaban
en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo la
penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a
ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó:
‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como
sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro
inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos
platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes
de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos
de su mirada”.
En Un
ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de
ese sentimiento de fragilidad cultural del inmigrante ante la fría y liberal
cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate audaz como
se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un inmigrante
peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que representaba esa
cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella representaba esa
cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme. Bárbara buscaba
la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y esa búsqueda lo
llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a tolerar…” Y el desenlace, el asesinato planeado
-descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de
ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier
narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura
de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora,
en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el
inmigrante ante la inclemente cultura del mundo desarrollado europeo. Los raptos de humor, sin embargo, como
dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes
que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros
anticuchos y a continuación me congratularon por lo riquísimos que estaban.
‘Los anticuchos preparados con el corazón de la mujer amada siempre son los más
sabrosos’, les dije, y nos reímos…”
Finalizamos este repaso salteado comentando
precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más
bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial
sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también
sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del
lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se
interfieren, cruzan y confunden. Malena, una muchacha sordo-mudo-ciega que vive
con su madre -a quienes el protagonista, un joven inmigrante peruano, visita
frecuentemente- representa el súmmum de la marginalidad. “Para comunicarse con
ella –dice el relator protagonista- hay que tener mucha paciencia. El papel, la
pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de nada… Para
“conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es un método
para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo Lormen
hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear levemente
o tocar una determinada parte de la palma de la mano”. Y éste muestra una
profunda identificación y solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me
encierro en mi habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión
oscura, en ese vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero
toda su vida la lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a
la madre de ésta para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la
observa y medita: “Ella nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo.
Casi todo el tiempo la pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas,
quitando algo aquí y poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a
comer, a realizar algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un
afirmativo movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas,
adelante, atrás, adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando
se golpea la cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me
parece ver que el cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No
Mundo’…"
La representación de la marginalidad extrema
está personificada en Malena, descritas hasta allí en un realismo sutil, elaborado,
pero sobrio y lozano, el desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo.
Ya cuando el protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras
sacarla a pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás
donde sirven unos combinados estupendos”- darle con ansia las mayores satisfacciones
a Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista
complace su propia pasión, entonces se va prefigurando la otra metáfora explotable
en la imagen de Malena: “Por eso hoy le tomé de las manos, la acaricié largo
rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en toda su piel con
el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos se prendió a las ramas secas que
se acumulaban en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se
encendieron con la luz de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis
lugares, mi norte y mi sur, mi oriente y occidente, fueron para ella
descubrimientos dotados de aventuras impredecibles…”
Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado
de las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del
sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado
más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de
la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia
abierta, ¿por qué Malena no podía representar el sensualismo, el erotismo más
radical y puro? Esto parece estar corroborado en el final sorprendente, que
orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas, sugerentes:
Silvia –la novia del protagonista, quien
conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y
celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando
ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la
empujé por la ventana”. Ya en el hospital psiquiátrico donde es recluido, el
fantasma de Silvia lo sigue acosando, entonces
el protagonista le dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía
permitirte el lujo de suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta,
única…” Aclarada la cosa, Silvia se levanta y se va. Malena, cuyo espectro, con
su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no va a regresar
más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana, “cantando
feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.
Así, puede perfectamente especularse que
Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la
mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta,
única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y
deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de
Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y
desaparece definitivamente. Pero la desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela,
desde la primera parte racional y realista del relato: sólo la muerte libera a
Malena de su prisión, de tan fatal y trágica limitación física que sufrió en
vida.
Walter Lingán, un escritor que no tiene,
injustamente, el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta
nueva literatura peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por
el origen social de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria
y visión cultural, y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple
lo que quería José Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo
cuando los mismos habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus
propias expresiones artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén anunciando la hora de su liberación social.
Lima,
Enero del 2016
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