Mittwoch, 13. Juli 2016

El cuy en Puno o Un cuy entre alemanes / William Cozo Cuentas.


Son las dos de la mañana. Acabo de leer “Un cuy entre alemanes”, la última novela que ha publicado el escritor Walter Lingán. Cierro el libro y me es inevitable pensar en la infinidad de personas, que alguna vez, en algún lugar del mundo, se sintieron como un cuy: como el cuy de esta historia. Primero; de manera abrupta invade en mi mente el recuerdo de mis padres, los imagino salir de sus pequeños pueblos para marcharse a vivir a la cuidad. Luego, me recuerdo, a mí mismo, con la frente pegada a la ventana de un ómnibus, mirando cómo mi amado Puno, lentamente, va desapareciendo en el horizonte. También, pienso en mis paisanos, quechuas y aimaras, que tuvieron que viajar a la capital buscando un mejor futuro para sus hijos; los imagino víctimas de la discriminación de los criollos, tratando de asimilar un idioma que no es el suyo y con los mismos problemas a los que tuvo que enfrentar el protagonista de esta novela. Reparo en los miles de jóvenes que abandonan sus hogares buscando mejores oportunidades para realizar estudios, terminar alguna carrera, y, así, con fortuna, poder conseguir un trabajo digno.

¿Quién no se ha sentido, alguna vez, como un cuy?, y, por supuesto que, no estoy hablando del apetito sexual, sino, a lo que representa este roedor: un ser pequeño y temeroso. Es así como, en un inicio, al migrar, y llegar a tierras teutonas, se siente el protagonista de esta novela. Y es que, todos en algún momento de nuestras vidas hemos sido migrantes.

“Un cuy entre alemanes”, narra la historia de un peruano que, debido a la crisis de los años ochenta en el Perú, se ve obligado a realizar un largo viaje hasta llegar al viejo continente, específicamente a Alemania. El protagonista de la historia se llama Christian Linden y ha migrado para poder realizar estudios de medicina. Linden, llega al país bávaro esperanzado, cargando una maleta repleta de sueños y, tan sólo, cien dólares en el bolsillo; pero, a él, lo que más le pesa es haberse alejado de su madre contemplando sus ojos húmedos y agitando los brazos para despedirlo.

El joven Christian, ya en Alemania, no deja de lado sus raíces, pero tiene que asimilar una nueva cultura, una cultura desconocida para él, y, además, se ve en la necesidad de aprender su complicado idioma. En algunos pasajes de la novela, de manera jocosa, nos narra: “En mis ratos de soledad leía Todas las sangres de José María Arguedas. Al final del curso de español terminé con novia a medias, un día sí, otro día no, también logré entablar una amistad bastante interesante con Karen, una joven que estudiaba literatura o algo así como lingüística o filología inglesa. Y lo más importante, comprendí la importancia del método audio-sexual para aprender con eficacia un idioma extranjero.” En otra parte también nos dice: “En ese tiempo, la gramática alemana aún seguía siendo mi tortura, pero seguía firme, con terquedad, aprendiendo y leyendo. Recordando siempre que el método audio-sexual es el mejor para aprender un idioma extranjero.” Una de las primeras frases que Christian Linden aprendió fue: Du gefällst mir, que significa: tú me gustas; así fue conquistando algunas féminas, que, en la novela, no son pocas.

A su llegada a la ciudad alemana de  Münster, el joven estudiante, se hospeda en una Wohngemeinschaft o WG que en Alemania, y en algunos otros países de Europa, vienen a ser, algo así, como residencias colectivas para estudiantes. Encerrado en aquel lugar va sufriendo los primeros síntomas de una metamorfosis, una progresiva conversión a un animal, nada más autóctono que en un roedor andino, un cuy, que se podría decir que es como un símbolo que representa a la comunidad latinoamericana y particularmente al Perú. Dice en el libro: El lacio pelo blanco, con discretas manchas color canela, cubría gran parte de mi pecho y de mi espalda. Aterrorizado era testigo de la manera como mis uñas se estiraban y se volvían a contraer. Mi corazón adramado intentaba salir de su sitio y me ahogaba por esa oprimente falta de aire. Flaquearon las piernas y caí doblegado por una extraña fuerza.”

Además, el autor del libro, hace gala de una prosa en la que el narrador de la historia puede convertir al lector en una persona voluble, “jugando” con él, transportándolo rápidamente de la alegría a la tristeza: Al toque fui a depositar mis huesos en esa habitación de una vivienda estudiantil católica que prohibía las visitas nocturnas del sexo opuesto. Así de plano, nos condenaban, sin ser curas ni seminaristas, al celibato, a la abstinencia sexual. Las empleadas encargadas de la limpieza tenían una «llave maestra» con la que podían abrir cualquier habitación y muchos de nosotros, en especial los novatos, fuimos atrapados con las manos en las masas. Pero pronto aprendimos a eludir con mucha habilidad este tipo de restricciones. Justamente a los pocos días, una de esas noches el «mal» se presentó de manera sorpresiva y sus mutaciones violentas me sumieron de nuevo en profundos dolores y en la más insondable desesperación. Y así, esa mañana en Aachen, amanecí en mi cama con mis patitas de cuy, con mi piel cubierta con pelo de cuy, con mi hociquito de cuy, con las pelotas de cuy al aire, con las ganas de cuy hembra: ir tras ella, olerle el trasero y luego montarla hasta producir el corto circuito más impúdico de este mundo. Por primera vez me sentí animal en su exacta dimensión. Quejándome como un cuy, o sea, unos sonidos equiparables al lloro humano, me pasé tirado en un rincón de la habitación. En eso, como al mediodía, empezaron los primeros síntomas del regreso, acompañado de intensos dolores mis huesos se re torcían y se elongaban movidos por una potente fuerza que nacía en el centro mismo de mi cuerpo. Aun desencajado me puse frente al espejo. No habían dudas, o solo eran figuraciones mías, tenía el rostro ligeramente acuyado. Al fondo del espejo, haciéndome muecas grotescas, se reflejaba un rostro de cuy. Se me escarapeló el cuerpo. Adonde volteaba los ojos veía un cuy. En ese momento quise tener a mi madre cuidándome, alimentándome con su cariño inconmensurable. Otra vez lloré desconsolado.”

También se puede notar el lado nostálgico del narrador, ya que casi siempre le invaden los recuerdos de su familia, en especial el de su madre: El miedo y la tristeza me invadían sin contemplaciones. El tiempo parecía pasar más lento. Antes rodeado de la alegre compañía de mis hermanos y ahora solo, solito, entre libros y papeles, extrañaba a mi madre.”; “…en la facultad, no pude esquivar a Sonja, quien ya mostraba un avanzado estado de gravidez. La primera vez solo atiné a abrazarla sin poder pronunciar más que algunos monosílabos. Después le prometí toda forma de apoyo, pero puse en claro que no podíamos vivir juntos. Mis palabras sonaron duras y ella se apartó bruscamente. La vi alejarse lentamente. Se me partió el alma y pensé en mi madre.”;  “A veces me entristecía pensando en mi pobre madre, allá en Collique, que seguía sacándose la mugre para poder sobrevivir junto a mis hermanos. Alfonso Barrantes Lingán ya era alcalde de Lima cuando un policía municipal le decomisó a mi madre su caja de chocolates, galletas y cigarrillos pues la acusó de negocio ambulatorio ilegal.”; “En medio de esa tranquila y constante tempestad de nieve surgió la imagen de mi madre, sus lágrimas y sus manos agitando adioses. También irrumpieron con cierta claridad los perfiles de mis hermanos y sus travesuras en la improvisada casucha de Collique. Los compañeros con quienes soñábamos cambiar el mundo y discutíamos esperanzados con terminar los abusos y los robos que cometía SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social) en nombre del progreso y el desarrollo de los llamados Pueblos Jóvenes, esos barrios de Lima donde se vive marginados de toda pizca de civilización. Una tristeza insondable invadió «mis humanas lacras».”

Christian Linden resulta atractivo para las europeas, y cuenta que su mayor atractivo es el de ser cholo. Pero tiene un gran problema producto de sus inesperadas mutaciones. En varios fragmentos de la novela los lectores vamos siendo testigos de la transformación que va sufriendo, ese “mal”, como él le llama, es un problema que trata de ocultar el mayor tiempo posible, y tiene el temor de contárselo a sus parejas. Hasta que la situación se torna insostenible y lo descubren. Existe un punto en el que esos cambios en su fisionomía ya no tienen retorno y es cuando el protagonista se encierra en su habitación y se refugia en sus libros y en la escritura. El protagonista, además de ser atractivo, es un intenso amante, tiene un insaciable apetito sexual, y, a lo largo de la novela siempre está rodeado de mujeres; podemos leer nombres como Karen, katrin, Elizabeth, Sonia, Selena, y, por supuesto, el de Michaela, que es la persona que lo acompaña en toda la historia. Pero, hay algo que es más grande que su amor por las mujeres: su amor por la lectura y sus libros.

Linden es un hombre que no pierde su identidad pese a que una compatriota suya, una peruana, le expresa que le parecía muy desagradable que él esté comentando a todo el mundo que proviene de una barriada del Perú de esos lugares marginales que solo están habitados por gente repudiable. En la historia el narrador dice: “Cuando Sonja y yo dispusimos retirarnos, una de las peruanas se me acercó y, en confidencia, me explicó que era muy feo decir que he vivido en una barriada, esos lugares habitados por delincuentes y prostitutas, contando eso, me dijo que hago quedar mal a nuestra patria y que no debería mencionar esos poblados atestados con gente de mal vivir. Tienes que decir que vienes de Miraflores. Aquí todos venimos de Miraflores. ¿De Miraflores, de mirar flores o de San Juan de Miraflores?, retruqué con sorna. Aunque en verdad muchos de los alemanes no tienen ni idea dónde queda el Perú. Se ubican mejor cuando les hablamos de Latinoamérica. A pedido de una compatriota casi me convierto en miraflorino, sin embargo, al final, de peruano me transformé en latinoamericano.”

El humor es la atmosfera que envuelve la mayoría de capítulos de la novela, un ejemplo claro sería este: “Y entre los peruanos teníamos nuestro «chino» o «coreano», como también se le conocía a César. En una oportunidad llegó un colombiano bastante distraído, alto, miope, desgarbado y con la cara de niñato. Desde un inicio se quedó mirando a César con evidente desconcierto. Cuando el chino César se fue a traer su postre, el colombiano nos preguntó que dónde había aprendido a hablar el español tan bien ese coreanito. «Aquí, con nosotros», fue la respuesta unánime. Apenas César se sentó, el colombiano le preguntó: ¿Es verdad que has aprendido el español solo escuchando hablar aquí a los latinos? César, entre sorprendido y fastidiado, le contestó con un sí desganado. El colombiano enseñó una sonrisa bobalicona. Abraham, peruano que había estudiado en Hungría, comentaba el paso de hermosas rubias y lindas morenas con las cinturas cimbreantes y poderosas piernas. El colombiano las seguía torpemente con la mirada de sus ojos miopes y sus anteojos culo de botella. «Que buenas hembras hay en Alemania», comentó. Entonces entró a tallar el chino César. «En la Antoniostrasse hay mucho mejores». El colombiano que parecía estar muy aguantado, o sea, necesitado de cariño, con la leche a punto de salirle por los ojos, de inmediato se interesó por esa dirección. «Es el trocadero, el chongo, donde van las mujeres buenas de conducta mala», explicó el chino o coreano peruano. « ¿Y dónde queda la Antoniostrasse?», volvió a interrogar, curioso, el colombiano. «Es una calle pequeña perpendicular a la Rathaus, la muncipalidad». El colombiano se quedó dudando, creyó que el chino-coreanito se estaba burlando de él. «En serio», replicó César, «y los jueves en la tarde hay descuento para estudiantes». Todos, muy serios, confirmaron la información del chino-coreano-peruano. Algunas semanas más tarde, el colombiano, aún con las huellas de la golpiza, buscaba al chino César con la intención de matar a ese peruano pendejo. Resulta que había ido un jueves a la Antoniostrasse y a la hora de pagar los servicios de una de las prostitutas exigió, con el carnet de estudiante en la mano, el descuento correspondiente. Esto provocó la ira de la mujer y llamó al guardaespaldas que sin contemplaciones golpeó al colombiano y lo dejó moribundo en medio de la calle. Una vez frente a frente, luego de cruzar unos insultos, el chino-coreano-peruano César se le cuadró como Bruce Lee. El colombiano grandulón al notar la pose guerrera-karateka del endeble muchacho, se acobardó. Entonces, dándole la espalda, el chino-coreano-peruano se retiró muy orondo, gritándole al inmenso colombiano: «Eso te pasa por huevón».

Dentro de la novela hay una mirada analítica y amplia del país que lo acoge, es un observador que nos narra no sólo sus vivencias en ese país, sino también, mucho de lo que está sucediendo en el Perú: Las noticias de la guerra interna en Perú eran más frecuentes. Las matanzas en los Andes ocurrían con mayor crueldad, tanto por parte de Sendero Luminoso como por parte de las fuerzas armadas, representantes del estado peruano. Hasta los noticieros alemanes se quebraban la lengua con extraños nombres de pueblos andinos. Uchuraccay y el asesinato de ocho periodistas de diversos periódicos nacionales, el guía y un acompañante más, que habían llegado a los Andes con el fin de averiguar una masacre cometida por supuestos senderistas, alarmó a un sector de la población alemana…”

La novela concluye con un cuy totalmente transformado, que deja de ser ese ser que al inicio se notó inseguro y temeroso ante el mundo y se convierte en un personaje que anhela ayudar a los demás, ser un superhéroe, pero por sobre todo un escritor. Y lo menciona en unas líneas casi al final de la novela: “me vuelvo a decir una y más veces, lo mío no es la política, sino la «escribidera». Quiero ser escribidor aunque me cueste la vida, aunque me toque morir en el intento.”
Walter Lingán en esta novela nos presenta a un personaje admirable, un personaje que nos enseña a ser como él, como ese cuy que vaya donde vaya ya sea a Alemania, España, Italia Francia, o tal vez solo a la capital del Perú— : nunca perderá sus raíces. Leer esta novela más que una simple lectura ha sido un viaje fascinante, a través de los ojos del narrador; una aventura literaria con todos los ingredientes que solo las  buenas historias saben tener; una ficción envolvente a la que sólo abandoné, por instantes, para escuchar las canciones que refería, como “Papel de plata” o buscar en la red los lugares y ciudades que describía. Un viaje inolvidable sentado en esta fría habitación puneña.

Escribo acerca de este libro sin el mayor interés en hacer una crítica literaria, porque, para empezar, no soy un crítico literario, solo escribo para compartir la valiosa experiencia que tuve como lector, un lector común y silvestre, que quedó fascinado con esta novela. Y, nada mejor que los versos del poeta Enrique Lynch para agradecerle a Walter Lingán el haber escrito esta novela que hoy sumo entre los libros de mi biblioteca personal:

“Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.”


Y porque escribió, y escribe, Walter Lingán seguirá vivo.

Keine Kommentare:

Kommentar veröffentlichen