Montag, 14. November 2016

Lebewohl Fleisch! - ¡Viva la carne! / El carnaval de Colonia o la quinta estación del año

Vengo del Sur, de un pueblo perdido entre los Andes peruanos. En la escuela me llamaban: Cholo-de-mierda, otras veces: Cholo-come-papa-con-gusano. En una ocasión me llamaron: Cholo-huevo-frito-sin-cuaderno, y es que una tarde, cuando el maestro aún no entraba en el aula, uno de mis compañeros, Limeño-de-pura-cepa, arrojó mi cuaderno de historia por los aires. Entonces, perdiendo el miedo y decidido, el Indio-que-vive-en-mí se levantó y estrelló un puño contundente en el rostro lechoso del muchacho. Desde ese día Limeño-de-pura-cepa-nariz-rota no tuvo más ganas de fregarme la pita.
Hace unos días, mientras caminaba por el atrio de la catedral de Colonia se me acercó un niño rubio, de piel blanquirojiza, casi transparente, me tocó y, alejándose a toda carrera, decía contento: Ich habe einen echten Indianer berührt!1. Los alemanes me llaman Indianer, sólo Indianer. Y fue recién en Colonia que el Indio-que-vive-en-mí se enteró de lo que todo el mundo sabe sobre los alemanes. Pudo comprobar que los alemanes son muy disciplinados, puntuales, serios y trabajadores. Aunque en realidad es una verdad a medias. Sin ser socialistas, gente un poco rara que ya no existe en el planeta por obra y gracia del pujante capitalismo, todo lo tienen fríamente calculado, numerado, organizado y planificado. Son puntuales sacando al perro a la calle para cagar los jardines y mear los postes. No les gusta el ruido ni el menor asomo de alegría, defecto que ostentan ciertos extranjeros tercermundistas alemanizados. Durante los días laborales recorren las calles, apresurados y silenciosos, temerosos de perder el tren o el bus y llegar tarde al trabajo. El transporte público cumple también con rigurosidad suiza sus rutas y horarios, pero como los conductores son extranjeros nunca llegan puntuales a sus respectivos paraderos. Los fines de semana, arrastrando cantidades enormes de alimentos enlatados y cerveza, forman, con una seriedad envidiable, largas colas frente a las cajas de los supermercados.
Una mañana, el Indio-que-vive-en-mí con sus anteojos de sol, que se pueden usar también para ir a esquiar, todo lo vio de otro color. Era noviembre. El otoño teñía de rojo y amarillo a los árboles y matorrales de calles y parques. Las hojas secas conformaban bulliciosos tumultos. El viento frío, coqueteando con las nubes, jugaba a hacerles el amor. La quietud de algunas calles de la multicultural urbe colonesa había sido rota por el desplazamiento de músicos extraños y comparsas alegres y coloridas. De un taxi bajaron dos soldados vestidos al estilo de la época de Napoleón: charreteras doradas sobre uniformes azul-rojos, espadas brillantes al cinto, botas negras caladas hasta las rodillas, guantes blancos y contorneadas boinas rojo-azules bordadas con hilos de oro y plata. ¡Ah, claro!, —dijo sorprendido el Indio-que-vive-en-mí— aquí los locos viajan en taxi, estamos pues en Alemania, un país desarrollado hasta la locura. Por otra calle, seguida por un grupo de soldados napoleónicos, una banda de músicos armados de cornetas, tambores y platillos, desfilaba alborotando a los tranquilos paseantes. Llevaban estandartes anunciando a la Ehrengarde der Stadt Köln2. ¿Recuerdan acaso el triunfo de alguna guerra? Desde la esquina opuesta hizo su ingreso un nuevo grupo de soldados con curiosas vestimentas, una mezcla de trajes a la romana y francesa de siglos pasados, y se sumó al cortejo. Llevaba una bandera de la Düsseldorf Karneval Gesellschaft e.V. - Weissfracke3. Al final el Indio-que-vive-en-mí, luego de una larga y paciente explicación, pudo comprender de qué se trataba. Le dijeron que cada año en el casco antiguo de la ciudad durante el Elfter im Elfter, carnaval de un día, la ceremonia más entusiasta y chiflada de la fiesta, el alcalde presenta a los superlocos del carnaval: das Dreigestirn4. Ellos son parte de los once elementos del carnaval colonés. Este Trifolium, tres hombres aún sin sus ornatos: el Príncipe, el Campesino y la Doncella, son los flamantes monarcas del loquerío. Cualquier joven habitante de la ciudad o de sus alrededores podría ser elegido para integrar este monárquico trío de estrafalarios, pero tienen que estar en condiciones de poder solventar los altos costos que requiere la aventura de hacer realidad sus sueños de Príncipe de los locos.
El día once del once a las once y once de la mañana empieza la gran fiesta y quizás este sea el origen del Elf, der Jeckenzahl5, aunque en realidad esto siga siendo un misterio. Algunos creen que a la sombra de los once del Elferrat6 se agrupan todos los locos constituyendo una unidad de locura indisoluble. Sin embargo cada uno de los miembros del Elferrat es un individuo independiente, con igualdad de derechos, mejor dicho: «uno junto al otro». Hay quienes creen que tiene que ver con las «once mil doncellas colonesas» y otros lo relacionan con las iniciales de la consigna francesa: Egalité, Liberté, Fraternité = ELF. Bueno, no importa ahora el verdadero significado del Jeckenzahl, la fiesta de los locos se ha iniciado. Kölle Alaaf!7, los diablos andan sueltos. ¡Hurra!

Kölle Alaaf!

En diciembre el invierno se acentúa. Apenas pasada la navidad y el año recién estrenado se pone vigente, los escaparates de las tiendas comerciales empiezan a vestirse de carnaval: globos, serpentinas, cadenetas; gordas narices de cartón, muñecos, caras de payasos, miles de monstruos, demonios y brujas pueblan el ambiente. Los bares chillan con la música de los Bläck Fööss, Die Kolibries o el rasposo canto del Colonia Duett. Sin embargo se dice que el Festkomitee8 no deja de trabajar ni un minuto del año. Organizando sobre todo el famoso Rosenmontag9. El clima también es un tema que preocupa a la gente, a pesar de los peores pronósticos, éste tiene sus veleidades: en verano llueve, en invierno la nieve puede estar ausente, y en febrero, durante los días centrales del carnaval, o sea, durante la quinta estación del año, se espera un clima bastante despejado, benévolo. Kölle Alaaf!
Das Dreigestirn, con corona, cetro y manto de púrpura, será proclamado por el alcalde y el presidente del Festkomitee a inicios de enero en Gürzenich, barrio ancestral de Colonia, y hasta el miércoles de ceniza, unas seis o nueve semanas, estará desplazándose por escuelas, asilos de ancianos, hospitales, cuarteles, barrios y calles. Sólo dos veces se rompió con la tradición y se reunieron los encantos de dos mujeres como doncellas junto al desvergonzado humor y desfachatada extravagancia del Príncipe y del Campesino. Fueron aquellos años en que los ojos de Hitler no quisieron ver a un hombre disfrazado de mujer y tenía a sus hordas metidas hasta en la sopa persiguiendo a homosexuales. Froni, una de las últimas doncellas, luego de su proclamación, emocionada, dijo: «Al comienzo sentía algo así como si fuera una verdadera mozuela durante la primera vez... Después, después fue simplemente hermoso».
¡Alaaf por nuestro Dreigestirn!, grita entrando en calor la High-Society colonesa. Y el Dreigestirn, bajo la divisa: «Los sueños pasan, pero una cosa es clara, el carnaval de Colonia dura todo el año» o Typisch Köln10, gobierna la jungla urbana encaramada sobre el volcán de la alegría. Durante estos días la ciudad adquiere otro ritmo, es un ritmo de locura que hasta la fecha el Indio-que-vive-en-mí no puede comprender. El vecino, días antes huraño y odioso, se deshace en amabilidad con su rostro de payaso y sonrisa de oreja a oreja. La vecina renegona, con faldita corta, medias rayadas y peluca roja-verde alborotada al viento, invita a beber de su botella de cerveza a la fauna multicultural que se le atraviesa en el camino. Mientras muchos extranjeros, sorprendidos por el repentino cambio suscitado en los súbditos alemanes, quisieran ir a la comisaría más cercana y denunciar a tanto escandaloso, a tantos monstruos que cantan, bailan, gritan y beben como barriles sin fondo. Yo me río viendo marchar la borracha alegría de mis vecinos. Entonces el Indio-que-vive-en-mí, salta, se pone su casaca negra y sale dispuesto a bailar y cantar bajo la nieve de colores que cae desde todas las ventanas. Es el Konfetti11 acariciando mi rostro, pintando mi cabello.
El Indio-que-vive-en-mí, borracho y alegre, confundido con payasos, piratas, generales, bárbaros, blancos pintados de negros, caníbales negros con los pechos blancos, se ríe estruendosamente cuando ingresa al bar un hombre disfrazado de mujer con el culo de plástico rosado y los senos voluminosos saltando, tintineando. Abraza a su novia embozada de jeque árabe. El mundo se ha invertido. La noche trasnocha, sube el alkoholspiegel y los decibeles rompen la barrera del silencio. Los ricos se visten de pobres y los patrones se ponen al servicio de los esclavos del salario. Alemanes y extranjeros se abrazan, se besan, hacen el amor sin importarles el racismo y la xenofobia. El Indio-que-vive-en-mí grita: ¡Aláa!, y como todos están borrachos creen que ha gritado: Alaaf! Una vampiresa se le acerca, le muestra los dientes amenazantes, se prende de su corbata y unas tijeras diminutas la despedazan. Otras mujeres hacen algo semejante con otros hombres, armadas de tijeras se desplazan cazando corbatas.
Al inaugurarse el Straßenkarnaval12 en el Alter Mark, con la presencia del Dreigestirn y los prominentes de la ciudad, la locura popular alcanza su máximo punto. Bailarán, se balancearán cogidos de los brazos, y el amor, borracho, libre y travieso, hará de las suyas. Es jueves, brujas con sus escobas sujetas a la cintura, vampiresas con sus mamaderas llenas de sangre y ron, empapadas de delirio, celebran su aquelarre: die Weiberfastnacht13, en todos los barrios de Colonia. El Indio-que-vive-en-mí se despierta, la cama huele a vino, a cerveza, a perfume de mujer. Se levanta, su cabeza tiene dimensiones nunca imaginadas y no puede atravesar la puerta. Vuelve a la cama y ve tres mujeres de carne y hueso, sus rostros tienen huellas de maquillaje, los colmillos blancos de una vampiresa están sobre la mesa junto a su vestido negro; la máscara de bruja de la otra mujer descansa en el piso, la otra mujer conserva su nariz de cerdo. En eso ingresa un elegante Chaplín y le dice al Indio-que-vive-en-mí: Meine Frau ist sehr schön, y se acuesta al lado de una de ellas. La cabeza del Indio-que-vive-en-mí adquiere su verdadero tamaño y sale de la casa. En la calle silba el viento y el cuerpo, adormecido por el alcohol, es un cuchillo cortando el frío.
El domingo de carnaval el Indio-que-duerme-en-mí es arrastrado por las caravanas carnavalescas organizadas por las escuelas y los diferentes barrios de Colonia. Cientos de ingeniosas figuras desfilan haciendo las delicias de la gente que aplaude, grita y bebe cerveza o Glühwein14. La noche es cristalina como el agua y las estrellas arrebatadoras, con su belleza seráfica, tentadora, desparraman sandunga y luz por la tierra. La luna es roja, el sol es azul, las nubes verdes, los autos son caballos con herrajes de nácar y jinetes venidos de Marte y Saturno. El Geisterzug, el desfile de los fantasmas, arrastra cadenas vitales y profiere gritos venturosos al borde de la medianoche. Los alegres espíritus, al compás de música y cerveza a chorros, parecen almas que lleva Cupido para hacer el amor sin mirar a quien, para amarse los unos a los otros...

Un libro con estampas de Las mil y unas noches

La claridad del amanecer empieza a romper la oscuridad luminosa y el lunes asoma con el rostro más alegre del mundo. El Rosenmontag15, el acontecimiento más esperado de la delirante festividad, está a punto de partir. El Indio-que-vive-en-mí está apostado frente a la catedral, con el paraguas invertido para recibir, con mayor facilidad, caramelos, chocolates y ramilletes de flores. También hay otros latinoamericanos en idéntica posición, piensan llenar unas cuantas bolsas para endulzar, todo un año, la pobreza de sus familiares que viven en el Sur. Policías a caballo y otros, con pelucas africanas o la nariz pintada de rojo, se desplazan intentando poner orden. Miles de locos ocupan el centro de la ciudad: tocan flautas, tambores, platillos, cargan botellas de ron y botes de cerveza. Da lo mismo si llueve o sale el sol, el carnaval, o sea, carne vale, viva la carne, lebewohl Fleisch, saca de sus hogares a toda la gente para disfrutar de los días más bellos del año. Ahí están, «ya vienen, paso de vencedores». En inmensos carros alegóricos, rodeados de ambrosianas bailarinas dibujando malabares en puntas de pie y graciosos danzantes, aparece el Elferrat, le sigue el Dreigestirn, delante de ellos marcha una poderosa banda de músicos napoleónicos. El Indio-que-vive-en-mí toma cerveza, abraza a una muchacha, la besa, grita: Kole Alaá! La muchacha responde: Alaaf! Un elefante, con una botella en la mano, canta: Drink doch eine met...16. Un gorila le dice a una gata de barbas negras y ojos verdes: Denn et Heimwih nimmste met...17 La disciplina, el orden, el silencio y la tranquilidad tan sólo son palabras sin sentido y en las calles, la gente borracha, tambaleando, celebra la pérdida del sentido. Después de las primeras carrozas y comparsas se suceden, con breves pausas, una tras otra y otra... Parece un sueño de varios kilómetros, un libro ilustrado escapado de las entrañas fantásticas de Las mil y una noches. Una rodante Revue de farsa y parodia, un desfile saturado de drástica sátira con ribetes obscenos. Políticos y gobiernos caricaturizados por una enjundia popular que desdice la tan afamada parquedad y seriedad del pueblo alemán. Entre broma y realidad el ingenio poético sale a relucir: Schafft die Kriege ab / nicht den Karneval18. Marchan los muñecos de Kohl, Schröder, Fischer, y otros políticos reconocidos internacionalmente, aunque el Indio-que-vive-en-mí no recuerda haber visto a Carlos Marx, que desde Tréveris vino a Colonia, y entre carnaval y carnaval, publicaba su Gaceta del Rin. El día empieza a decaer cuando los últimos metros del cortejo pasan frente a la catedral. Hombres y mujeres, viejos y niños regresan con bolsas llenas de golosinas. En los oídos borrachos del Indio-que-vive-en-mí resuena la ininterrumpida exclamación que la gente hacía a los locos encaramados en los vistosos carruajes: Kamelle! Strüßje! Kamelle!19 Grito resuelto y vehemente que salta de la boca de quienes, apostados a lo largo de la ruta que sigue el desfile carnavalesco, esperan el maná del carnestolendas.
El martes de carnaval es otra locura en los barrios. El Indio-que-vive-en-mí, borracho y cantando cilulos y carnavalitos, camina zigzagueando por la Zülpicherstrasse en busca del carnaval de Sülz. Finalmente a medianoche la locura, en todas sus formas, sale de los bares y a los gritos de Kölle Alaaf! se va concentrando en la Roonstrasse para quemar al Nubbel20, se leen discursos críticos a la política oficial y de este modo se pone fin a la Narrenfest21. El carnaval se acaba, soldados napoleónicos y romanos, payasos y bárbaros, seres extraños venidos de otros planetas o países beben los últimos tragos, las parejas emparejadas durante esos días se dan los últimos abrazos, los últimos besos, procuran los últimos segundos de placer, se despiden. Al día siguiente todos vuelven a sus quehaceres cotidianos, la seriedad, el orden y la disciplina cobran su habitual acartonamiento. El Indio-que-vive-en-mí se torna triste, taciturno, su vecino se queja por el ruido que hacen los hijos de una pareja extranjera, los perros puntuales salen a cagar los jardines, la vecina pierde su bondad multicultural y toda la gente lleva una cara de «si un poto se ha roto, yo no fui...»
El miércoles de ceniza, con la acostumbrada seriedad y disciplina alemana, se comerá pescado y si usted quiere saber lo que seguirá a continuación, sólo tiene que volver a leer esta historia. Also Kütt!22

 

Notas

1 ¡He tocado a un indio verdadero!
2 Guardia de honor de la ciudad de Colonia.
3 Sociedad del carnaval de Düsseldorf — Weissfracke.
4 El Triunvirato, conformado por der Prinz (el Príncipe), der Bauer (el Campesino) y die Jungfrau (la Doncella o muchacha virgen).
5 Once, el número loco.
6 El Concejo de los Once.
7 Esta frase se podría traducir como: ¡Viva Colonia!
8 Comité de Fiesta, gremio organizador del carnaval.
9 Lunes de Carnaval, el día más esperado, donde desfilan cientos de carros alegóricos.
10 Típico colonés.
11 Papel picado.
12 Carnaval callejero.
13 El Carnaval de las Mujeres.
14 Vino caliente, aderezado con canela, clavo de olor, jugo de naranja, nuez moscada y azúcar.
15 El desfile del lunes de carnaval, cientos de carros alegóricos atraviesan las principales calles de la ciudad de norte a sur; coloneses, extranjeros y turistas se vuelcan a las calles.
16 Toma un trago conmigo. Canción escrita en colonés e interpretada por el celebrado grupo musical: Bläck Fööss.
17 Por qué pues te llevas la nostalgia. Canción interpretada por Et fussich Julche.
18 ¡Abolir las guerras / no el carnaval!
19 ¡Caramelos! ¡Flores! ¡Caramelos!
20 Figura de paja, al quemarla se termina simbólicamente con las penas y los sufrimientos.
21 La fiesta de los locos, así se le llama también a la fiesta de carnaval.
22 Frase colonesa que quiere decir algo como: Entonces vamos, bueno pues vamos.