Jorge Nájar
« ¡Ángeles de corral,
aves por un descuido de la
cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
con el bravo rocoto de los
temples!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los
cóndores!) »
César Vallejo [Telúrica y magnética]
Trato
de imaginar las situaciones por las que habrá pasado Walter Lingán durante los
procesos de escritura de sus diferentes novelas, de entre las que yo conozco sólo
tres: Un pez en el ojo de la noche, Koko Shijam, El libro andante del Marañón
y Un cuy entre alemanes. Ese material me permite
imaginarlo ante el ordenador, con la cabeza en alto, con la mirada concentrada
en el discurrir de las palabras. Imagino las pausas. La mirada perdida en el
ámbito de la habitación. ¿Qué busca esa mirada? ¿Qué espera su mente ante el
teclado? Chispazos. Fogonazos. Recuerdos. Todo el ensamblaje de la mecánica
neuronal. Su cabeza como la del cazador que acecha en el aire el rumor, aleteos,
pasos, sombras, rastros.
Imagino
al autor sumido en esa somnolencia espiritual hasta que, de pronto, un
resplandor se enciende. ¿Te acuerdas de ese loco que veía peces en el ojo de la
noche? ¿Eres tú, es parte de ti, o es alguien que lo estás convirtiendo en
parte de ti? ¿Te acuerdas de los señores del ayahuasca de las orillas del
Marañón capaces de volverse ubicuos gracias a la ingesta de la savia de la
madre de las plantas mágicas? ¿Sabes por qué ciertos individuos, a fuerza de
hundirse en la memoria, son susceptibles de transformarse en cuyes?
La
voluntad de introspección y el resplandor del recuerdo, creo yo, han dado a luz
estos libros donde campean una serie de mutaciones y transformaciones.
Un pez en el ojo de la noche es la historia de la
locura de un ser devastado por la existencia. Es la historia de seres
desplazados de un mundo a otro y en ese camino van componiendo historias, gozos
y martirios en familias constituidas con elementos de mundos profundamente
disímiles. Estamos en el núcleo de una familia mixta, padre peruano, madre
alemana, hijos de entremundos. Y allí, en medio de eso, la historia de un
intenso amor que conduce hacia la locura al personaje central. Y allí, en medio
de ese amor, las violentas escenas de xenofobia llevadas a cabo por los
elementos más ilustres de una sociedad en crisis de identidad. El lector
visualiza la historia del personaje central, Ernest, a partir de visiones
violentas y eróticas, así como de sueños extravagantes y evocaciones infaustas
a lo largo de su proceso de recuperación después de haber sufrido una conmoción
cerebral que lo paraliza. Así descubrimos su pasión por Junia Ewen, una bella e
inteligente mujer dedicada a la crítica literaria. De manera fragmentada se
desprenden los diferentes estratos de la narración, el del escritor vacilante,
el de los intelectuales amigos de su mujer vinculados a grupos neonazis, el
mundo del padre peruano, el mundo de la madre alemana. Estas visiones y sueños
se relacionan con escenas traumáticas y con pasajes de la historia de Alemania
como el holocausto judío o la caída del muro de Berlín. Un pez… pinta el drama de un ser profundamente corroído por los
celos y cómo por ese camino llega a convertirse en asesino. Es una novela sobre
la vida y las pasiones de los hijos de familias mixtas en medio de la historia
reciente de la poderosa Alemania y sus rebrotes xenófobos. Todo eso dicho con
un fino sentido del humor y altas dosis de intenso lirismo.
El
registro narrativo de Walter Lingán cambia radicalmente en Koko Shijam. Ahora estamos en el universo amazónico y su sinnúmero
de parcialidades, tradiciones y lenguas. La
palabra de Koko Shijam vertebra mitos y leyendas, dioses y demonios del pasado,
del presente y e incluso del futuro amazónico en su compleja diversidad. Es un
personaje transamazónico, capaz de estar en los auditorios de los centros
universitarios hablando del secreto de las plantas, en la plazas públicas
dialogando sobre las metamorfosis de los dioses, en los puertos describiendo la
vida subacuática, en los mercados alabando la naturaleza de los alimentos e
incluso en los patios de las iglesias conversando sobre los riesgos de la
endogamia y las amenazas del incesto.
La
palabra de Koko Shijam es el resultado de lo que hoy se conoce como
etnogénesis. Ahí están las leyendas del universo fluvial, las leyendas omaguas
y las de rupa-rupa, los tunches, los pistachos, los degolladores y otros tantos.
Ahí están los espíritus de las plantas, tanto los benefactores como los seres
terribles del bosque, todos y cada uno desplegando sus múltiples estrategias de
supervivencia. Ahí están las boas metamorfoseadas en amantes, los tigres en
hombres, y un largo etcétera de complejos procesos de transformismos y de
metamorfosis.
Humanizados
por la palabra de Koko Shijam, muchos de esos personajes son, en realidad, el
resultado de la fusión de las creencias de diferentes grupos étnicos con
lenguas diferentes, del este, del oeste, de sur, del norte amazónico.
Consecuencia también del complejo proceso histórico al que fueron sometidos las
poblaciones aborígenes, sus héroes, sus dioses y seres diabólicos. Y claro que
sí, trasunto de las migraciones, muchas veces forzadas, de las poblaciones así
como del crecimiento de poblacional.
Así
pues, la voz de Koko Shijam es hija de la globalización amazónica a lo largo de
los últimos siglos. Es de alguna manera también el fruto de las misiones, de
los campamentos caucheros, de los puestos madereros; es también secuela, como
no, de la prospección aurífera y de la petrolera.
Koko
Shijam es un indio mestizo. Es el hijo de las migraciones inter e intra
étnicas. El fenómeno más evidente en la conformación de poblaciones mestizas a
partir de los nuevos contactos de diversas poblaciones humanas que el
mercantilismo aceleró sobre las antiguas etnias, múltiples y diversas.
Ante
ese enorme desafío, Walter Lingán consigue crear un elemento superior que
transforma el repertorio etnográfico en insumo para la ficción. Y más. Gracias a las apuestas de Walter
Lingán estamos ante un ser del folklore ayahuasquero transformado en dirigente
de la resistencia amazónica.
Así
llegamos a las transformaciones y mutaciones en Un cuy entre alemanes. Si no fuera por la carga simbólica del
elemento fantástico, este libro podría ser calificado de autobiografía, de
testimonio de un emigrado o de panegírico a los estratos rojos de la sociedad
peruana. Pero es tal la importancia del elemento fantástico que es imposible no
ubicarlo dentro de lo que ahora se considera como novela: el espacio narrativo
dentro del que converge todo lo que acabo de señalar, y más.
Con
la apariencia de una declaración amorosa, estamos ante un estremecedor proceso
de transformación genética. La novela se abre con esta invocación a la memoria:
“¿Recuerdas, Michaela, nuestro primer encuentro? Una falda azul oprimía tu
cadera y una blusa blanca se desesperaba ante la rebeldía de tus senos.” Magnífica,
jugosa, llena de promesas. A partir de ahí arranca la confesión de un hombre
que ha pasado por la prisión, que ha huido de su país y se ha instalado en
Alemania. Michaela, uno de los tantísimos amores de este peruano en tierras
germanas, es quien escucha el relato de su transformación en un animal doméstico.
A
lo largo de esa transformación el lector asiste a las diferentes etapas de
varios síntomas que, al parecer, no tienen un origen físico identificable. A
eso, en el lenguaje de nuestros días, se le llama somatización. Para hablarnos
de esos trastornos durante la infancia, adolescencia y juventud, es decir de su
vida en la sociedad de origen, de su vida en los barrios pobres de Lima, el
hablante de esta confesión amorosa por las alemanas, a diferencia de otros
casos de somatización novelizados -el más conocido es La Metamorfosis de Kafka-, no recurre a un intermediador.
Recordemos
que Gregor Samsa es el intermediador del que se sirve Kafka. Pero no por eso el
personaje narrador de Un cuy entre
Alemanes es ajeno a la conciencia somática, es decir al proceso mediante el
cual una persona percibe, interpreta y actúa sobre la información proveniente
de su propio cuerpo. Por el contrario, el narrador de la historia de ese
hombre-cuy prescinde del intermediador y nos cuenta directamente su vida en el
Perú, su tragi-comedia alemana, con el “yo” de un peruano que lleva nombre
alemán. Ese “yo” nos cuenta algunas de las razones que lo obligaron a salir de
su país. Una vez trasterrado, da cuenta de los dolores de la transformación. Los
vive como un drama pero lo cuenta como si fuéramos los escuchas de un chiste. Y
ese elemento cómico rige también a lo largo de la historia y la salva de ser una
confesión doliente más entre tantas otras de tantos exilados. Esos síntomas no
son simulados ni inducidos. Ocurren, simplemente. ¿Ocurren como resultado de su
expatriación? ¿Ocurren como resultado de la añoranza? ¿Por qué ocurren?
Tratemos
ahora de semantizar la somatización, es decir, tratemos de dar significado. Ya
he señalado el arranque de la novela y su invocación a Michaela: una manera de
marcar los linderos de su territorio entre la belleza y la libertad de las
mujeres alemanas. Pero detrás de esa promesa se halla el verdadero problema.
Si
el trauma de Gregor Samsa en La
Metamorfosis es la relación con las deudas del padre, con las
mortificaciones laborales y familiares a consecuencia de esas deudas, el
problema del “cuy” es con la “madre”, desde un punto de vista polisémico: La
madre del cordero, o sea los estratos rojos de la madre sociedad de origen; la madre de su existencia, en el
sentido lato; las madres de sus propios hijos. La mujer, en suma.
En
ningún momento de sus arranques melancólicos el “cuy” evoca a su padre. En
cambio la madre, la madre real, está en todas partes, es casi como aquella
“madre universal” de la que hablaba Vallejo. La madre es la que prácticamente ha
obligado al hijo a salir del país cuando ella siente que la vida del joven
estudiante está en peligro. La madre es la que, a distancia, trata de seguir la
evolución del joven. La madre es el consuelo frente al martirio de sus
somatizaciones.
No
tiene la misma relación con las otras madres. La madre tierra de origen, desde
su versión, ha engendrado “una patria que nos niega todos los derechos” (p.
11). Esa marca, es decir el sentimiento de pertenecer originalmente a una
sociedad que no se identifica con sus hijos, regirá a lo largo de toda su aventura.
He aquí otra muestra de su relación con la sociedad de origen: “Como te dije
muchas veces, Michaela, en el Perú fui despreciado por cholo, serrano, indio,
misio y, para el colmo de los colmos, aprendiz de comunista o peón
revolucionario” (p. 28).
Curiosamente,
el sentido de la relación con la madre tierra de adopción, la tierra de
Michaela, será totalmente otro: “Aquí (en Alemania), todas estas cualidades
(cholo, serrano, indio, misio, aprendiz de comunista o peón revolucionario) me
abrieron las puertas…” (p. 28)
Cuando
el proceso de metamorfosis ha llegado a un punto sin retorno, el cuy opta por
encerrarse en su propio mundo y hasta ahí van a visitarle sus amantes, los
hijos que ha ido regando por las tierras germanas. E incluso otros personajes. Ahí,
en su encierro, el cuy sueña. A lo largo del relato hay un serie de sueños muy
interesantes. Este, por ejemplo: “El partido Die Linke me ha invitado a participar en su lista para las
elecciones regionales. Sopeso esta posibilidad y ya me veo, sentado junto a Angie Merkel, gobernando las germanias
integrando una gran coalición. Pero en verdad sólo sería un payaso, una
atracción circense en el mundo parlamentario, nada más. Una comisión de
“prominentes” también ha llegado al Bunker para proponerme que acepte la
candidatura a la alcaldía de Bonn. ¡No! ¡No! ¡Y no!, me vuelvo a decir una y
mil veces, lo mío no es la política, sino la “escribidera”. Quiero ser
escribidor aunque me cueste la vida, aunque me toque morir en el intento.
Annemarie se despierta y dejo de soñar. Me mira con el ojo izquierdo
semicerrado. Estira su brazo y,
jalándome de una oreja, lleva mi hocico húmedo a su boca. Sin duda, la vida de
un cuy es un placer, más aún cuando la ciencia no sabe explicar si soy un
hombre dentro de un cuy o un cuy dentro
de un hombre o se trata simplemente de una nueva desviación genética. Si el
poeta nació un día en el cual Dios estuvo enfermo, grave, yo nací cuando ya
estaba muerto.” (p: 144)
En
la naturaleza cómica del personaje bosteza, de tanto en tanto, alguien que tuvo
anhelos políticos, alguien que abriga promesas literarias, alguien
profundamente enamorado de la sociedad alemana. Pero además, el personaje
principal y único de Un cuy entre
alemanes es, esencialmente, un gran lector. Si alguien se animara a
repertoriar los libros y autores citados a lo largo del cuerpo narrativo se
dará con la sorpresa de estar ante una nutridísima biblioteca de ciencias
sociales y narrativa peruana. Y la impresión que deja es la de un expatriado
que vive con el noventa por ciento de su inteligencia sumido en el asunto
peruano y sólo la otra mínima parte para lo que se podría considerar el resto
del mundo.
Ese
es el hombre metamorfoseado que reside en estas páginas.
Tras
la lectura de todo este espacio ficcional (Un
pez en el ojo de la noche, Koko
Shijam, El libro andante del Marañón y Un
cuy entre alemanes), no he podido dejar de preguntarme una y otra vez ¿qué
esta pasando en el mundo de la edición para que esas novelas no se encuentren
en los circuitos de las grandes librerías nacionales e internacionales? ¿Qué
está pasando en la intermediación literaria para que no hayan encontrado hasta
ahora un traductor o una editorial europea para que entre al circuito que les
corresponde? Misterios del Orinoco que nadie aquí conoce y yo tampoco.
París, enero del 2016.