Vengo del
Sur, de un pueblo perdido entre los Andes peruanos. En la escuela me llamaban:
Cholo-de-mierda, otras veces: Cholo-come-papa-con-gusano. En una ocasión me llamaron:
Cholo-huevo-frito-sin-cuaderno, y es que una tarde, cuando el maestro aún no
entraba en el aula, uno de mis compañeros, Limeño-de-pura-cepa, arrojó mi
cuaderno de historia por los aires. Entonces, perdiendo el miedo y decidido, el
Indio-que-vive-en-mí se levantó y estrelló un puño contundente en el rostro
lechoso del muchacho. Desde ese día Limeño-de-pura-cepa-nariz-rota no tuvo más
ganas de fregarme la pita.
Hace unos días, mientras caminaba por el atrio de la
catedral de Colonia se me acercó un niño rubio, de piel blanquirojiza, casi
transparente, me tocó y, alejándose a toda carrera, decía contento: Ich habe
einen echten Indianer berührt!1. Los
alemanes me llaman Indianer, sólo Indianer. Y fue recién en
Colonia que el Indio-que-vive-en-mí se enteró de lo que todo el mundo sabe
sobre los alemanes. Pudo comprobar que los alemanes son muy disciplinados,
puntuales, serios y trabajadores. Aunque en realidad es una verdad a medias.
Sin ser socialistas, gente un poco rara que ya no existe en el planeta por obra
y gracia del pujante capitalismo, todo lo tienen fríamente calculado, numerado,
organizado y planificado. Son puntuales sacando al perro a la calle para cagar los
jardines y mear los postes. No les gusta el ruido ni el menor asomo de alegría,
defecto que ostentan ciertos extranjeros tercermundistas alemanizados. Durante
los días laborales recorren las calles, apresurados y silenciosos, temerosos de
perder el tren o el bus y llegar tarde al trabajo. El transporte público cumple
también con rigurosidad suiza sus rutas y horarios, pero como los conductores
son extranjeros nunca llegan puntuales a sus respectivos paraderos. Los fines
de semana, arrastrando cantidades enormes de alimentos enlatados y cerveza,
forman, con una seriedad envidiable, largas colas frente a las cajas de los
supermercados.
Una mañana, el Indio-que-vive-en-mí con sus anteojos de
sol, que se pueden usar también para ir a esquiar, todo lo vio de otro color.
Era noviembre. El otoño teñía de rojo y amarillo a los árboles y matorrales de
calles y parques. Las hojas secas conformaban bulliciosos tumultos. El viento
frío, coqueteando con las nubes, jugaba a hacerles el amor. La quietud de
algunas calles de la multicultural urbe colonesa había sido rota por el
desplazamiento de músicos extraños y comparsas alegres y coloridas. De un taxi
bajaron dos soldados vestidos al estilo de la época de Napoleón: charreteras
doradas sobre uniformes azul-rojos, espadas brillantes al cinto, botas negras
caladas hasta las rodillas, guantes blancos y contorneadas boinas rojo-azules
bordadas con hilos de oro y plata. ¡Ah, claro!, —dijo sorprendido el
Indio-que-vive-en-mí— aquí los locos viajan en taxi, estamos pues en Alemania,
un país desarrollado hasta la locura. Por otra calle, seguida por un grupo de
soldados napoleónicos, una banda de músicos armados de cornetas, tambores y
platillos, desfilaba alborotando a los tranquilos paseantes. Llevaban
estandartes anunciando a la
Ehrengarde der Stadt Köln2. ¿Recuerdan
acaso el triunfo de alguna guerra? Desde la esquina opuesta hizo su ingreso un
nuevo grupo de soldados con curiosas vestimentas, una mezcla de trajes a la
romana y francesa de siglos pasados, y se sumó al cortejo. Llevaba una bandera
de la Düsseldorf
Karneval Gesellschaft e.V. - Weissfracke3. Al final
el Indio-que-vive-en-mí, luego de una larga y paciente explicación, pudo
comprender de qué se trataba. Le dijeron que cada año en el casco antiguo de la
ciudad durante el Elfter im Elfter, carnaval de un día, la ceremonia más
entusiasta y chiflada de la fiesta, el alcalde presenta a los superlocos del
carnaval: das Dreigestirn4. Ellos son
parte de los once elementos del carnaval colonés. Este Trifolium, tres
hombres aún sin sus ornatos: el Príncipe, el Campesino y la Doncella , son los
flamantes monarcas del loquerío. Cualquier joven habitante de la ciudad o de
sus alrededores podría ser elegido para integrar este monárquico trío de
estrafalarios, pero tienen que estar en condiciones de poder solventar los altos
costos que requiere la aventura de hacer realidad sus sueños de Príncipe de los
locos.
El día once del once a las once y once de la mañana
empieza la gran fiesta y quizás este sea el origen del Elf, der Jeckenzahl5, aunque en
realidad esto siga siendo un misterio. Algunos creen que a la sombra de los
once del Elferrat6 se agrupan
todos los locos constituyendo una unidad de locura indisoluble. Sin embargo
cada uno de los miembros del Elferrat es un individuo independiente, con
igualdad de derechos, mejor dicho: «uno junto al otro». Hay quienes creen que
tiene que ver con las «once mil doncellas colonesas» y otros lo relacionan con
las iniciales de la consigna francesa: Egalité, Liberté, Fraternité = ELF.
Bueno, no importa ahora el verdadero significado del Jeckenzahl, la
fiesta de los locos se ha iniciado. Kölle Alaaf!7, los
diablos andan sueltos. ¡Hurra!
Kölle Alaaf!
En diciembre el invierno se acentúa. Apenas pasada la
navidad y el año recién estrenado se pone vigente, los escaparates de las
tiendas comerciales empiezan a vestirse de carnaval: globos, serpentinas,
cadenetas; gordas narices de cartón, muñecos, caras de payasos, miles de
monstruos, demonios y brujas pueblan el ambiente. Los bares chillan con la
música de los Bläck Fööss, Die Kolibries o el rasposo canto del Colonia
Duett. Sin embargo se dice que el Festkomitee8 no deja de
trabajar ni un minuto del año. Organizando sobre todo el famoso Rosenmontag9. El clima
también es un tema que preocupa a la gente, a pesar de los peores pronósticos,
éste tiene sus veleidades: en verano llueve, en invierno la nieve puede estar
ausente, y en febrero, durante los días centrales del carnaval, o sea, durante
la quinta estación del año, se espera un clima bastante despejado, benévolo.
Kölle Alaaf!
Das Dreigestirn, con corona, cetro y manto de
púrpura, será proclamado por el alcalde y el presidente del Festkomitee
a inicios de enero en Gürzenich, barrio ancestral de Colonia, y hasta el
miércoles de ceniza, unas seis o nueve semanas, estará desplazándose por
escuelas, asilos de ancianos, hospitales, cuarteles, barrios y calles. Sólo dos
veces se rompió con la tradición y se reunieron los encantos de dos mujeres
como doncellas junto al desvergonzado humor y desfachatada extravagancia
del Príncipe y del Campesino. Fueron aquellos años en que los
ojos de Hitler no quisieron ver a un hombre disfrazado de mujer y tenía a sus
hordas metidas hasta en la sopa persiguiendo a homosexuales. Froni, una de las
últimas doncellas, luego de su proclamación, emocionada, dijo: «Al comienzo
sentía algo así como si fuera una verdadera mozuela durante la primera vez...
Después, después fue simplemente hermoso».
¡Alaaf por nuestro Dreigestirn!, grita
entrando en calor la
High-Society colonesa. Y el Dreigestirn, bajo la divisa: «Los
sueños pasan, pero una cosa es clara, el carnaval de Colonia dura todo el año»
o Typisch Köln10, gobierna
la jungla urbana encaramada sobre el volcán de la alegría. Durante estos días
la ciudad adquiere otro ritmo, es un ritmo de locura que hasta la fecha el
Indio-que-vive-en-mí no puede comprender. El vecino, días antes huraño y odioso,
se deshace en amabilidad con su rostro de payaso y sonrisa de oreja a oreja. La
vecina renegona, con faldita corta, medias rayadas y peluca roja-verde
alborotada al viento, invita a beber de su botella de cerveza a la fauna
multicultural que se le atraviesa en el camino. Mientras muchos extranjeros,
sorprendidos por el repentino cambio suscitado en los súbditos alemanes,
quisieran ir a la comisaría más cercana y denunciar a tanto escandaloso, a
tantos monstruos que cantan, bailan, gritan y beben como barriles sin fondo. Yo
me río viendo marchar la borracha alegría de mis vecinos. Entonces el
Indio-que-vive-en-mí, salta, se pone su casaca negra y sale dispuesto a bailar
y cantar bajo la nieve de colores que cae desde todas las ventanas. Es el Konfetti11 acariciando
mi rostro, pintando mi cabello.
El Indio-que-vive-en-mí, borracho y alegre, confundido
con payasos, piratas, generales, bárbaros, blancos pintados de negros,
caníbales negros con los pechos blancos, se ríe estruendosamente cuando ingresa
al bar un hombre disfrazado de mujer con el culo de plástico rosado y los senos
voluminosos saltando, tintineando. Abraza a su novia embozada de jeque árabe.
El mundo se ha invertido. La noche trasnocha, sube el alkoholspiegel y
los decibeles rompen la barrera del silencio. Los ricos se visten de pobres y
los patrones se ponen al servicio de los esclavos del salario. Alemanes y
extranjeros se abrazan, se besan, hacen el amor sin importarles el racismo y la
xenofobia. El Indio-que-vive-en-mí grita: ¡Aláa!, y como todos están
borrachos creen que ha gritado: Alaaf! Una vampiresa se le acerca, le
muestra los dientes amenazantes, se prende de su corbata y unas tijeras
diminutas la despedazan. Otras mujeres hacen algo semejante con otros hombres,
armadas de tijeras se desplazan cazando corbatas.
Al inaugurarse el Straßenkarnaval12 en el Alter
Mark, con la presencia del Dreigestirn y los prominentes de la ciudad, la
locura popular alcanza su máximo punto. Bailarán, se balancearán cogidos de los
brazos, y el amor, borracho, libre y travieso, hará de las suyas. Es jueves,
brujas con sus escobas sujetas a la cintura, vampiresas con sus mamaderas
llenas de sangre y ron, empapadas de delirio, celebran su aquelarre: die Weiberfastnacht13, en todos
los barrios de Colonia. El Indio-que-vive-en-mí se despierta, la cama huele a
vino, a cerveza, a perfume de mujer. Se levanta, su cabeza tiene dimensiones
nunca imaginadas y no puede atravesar la puerta. Vuelve a la cama y ve tres
mujeres de carne y hueso, sus rostros tienen huellas de maquillaje, los
colmillos blancos de una vampiresa están sobre la mesa junto a su vestido
negro; la máscara de bruja de la otra mujer descansa en el piso, la otra mujer
conserva su nariz de cerdo. En eso ingresa un elegante Chaplín y le dice
al Indio-que-vive-en-mí: Meine Frau ist sehr schön, y se acuesta
al lado de una de ellas. La cabeza del Indio-que-vive-en-mí adquiere su
verdadero tamaño y sale de la casa. En la calle silba el viento y el cuerpo,
adormecido por el alcohol, es un cuchillo cortando el frío.
El domingo de carnaval el Indio-que-duerme-en-mí es
arrastrado por las caravanas carnavalescas organizadas por las escuelas y los
diferentes barrios de Colonia. Cientos de ingeniosas figuras desfilan haciendo
las delicias de la gente que aplaude, grita y bebe cerveza o Glühwein14. La noche
es cristalina como el agua y las estrellas arrebatadoras, con su belleza
seráfica, tentadora, desparraman sandunga y luz por la tierra. La luna es roja,
el sol es azul, las nubes verdes, los autos son caballos con herrajes de nácar
y jinetes venidos de Marte y Saturno. El Geisterzug, el desfile de los
fantasmas, arrastra cadenas vitales y profiere gritos venturosos al borde de la
medianoche. Los alegres espíritus, al compás de música y cerveza a
chorros, parecen almas que lleva Cupido para hacer el amor sin mirar a quien,
para amarse los unos a los otros...
Un libro con estampas de Las mil y unas
noches
La claridad del amanecer empieza a romper la oscuridad
luminosa y el lunes asoma con el rostro más alegre del mundo. El Rosenmontag15, el
acontecimiento más esperado de la delirante festividad, está a punto de partir.
El Indio-que-vive-en-mí está apostado frente a la catedral, con el paraguas
invertido para recibir, con mayor facilidad, caramelos, chocolates y ramilletes
de flores. También hay otros latinoamericanos en idéntica posición, piensan
llenar unas cuantas bolsas para endulzar, todo un año, la pobreza de sus
familiares que viven en el Sur. Policías a caballo y otros, con pelucas
africanas o la nariz pintada de rojo, se desplazan intentando poner orden.
Miles de locos ocupan el centro de la ciudad: tocan flautas, tambores,
platillos, cargan botellas de ron y botes de cerveza. Da lo mismo si llueve o
sale el sol, el carnaval, o sea, carne vale, viva la carne, lebewohl
Fleisch, saca de sus hogares a toda la gente para disfrutar de los días más
bellos del año. Ahí están, «ya vienen, paso de vencedores». En inmensos carros
alegóricos, rodeados de ambrosianas bailarinas dibujando malabares en puntas de
pie y graciosos danzantes, aparece el Elferrat, le sigue el Dreigestirn,
delante de ellos marcha una poderosa banda de músicos napoleónicos. El
Indio-que-vive-en-mí toma cerveza, abraza a una muchacha, la besa, grita: Kole
Alaá! La muchacha responde: Alaaf! Un elefante, con una
botella en la mano, canta: Drink doch eine met...16. Un gorila
le dice a una gata de barbas negras y ojos verdes: Denn et Heimwih
nimmste met...17 La
disciplina, el orden, el silencio y la tranquilidad tan sólo son palabras sin
sentido y en las calles, la gente borracha, tambaleando, celebra la pérdida del
sentido. Después de las primeras carrozas y comparsas se suceden, con breves
pausas, una tras otra y otra... Parece un sueño de varios kilómetros, un libro
ilustrado escapado de las entrañas fantásticas de Las mil y una noches. Una rodante
Revue de farsa y parodia, un desfile saturado de drástica sátira con
ribetes obscenos. Políticos y gobiernos caricaturizados por una enjundia
popular que desdice la tan afamada parquedad y seriedad del pueblo alemán.
Entre broma y realidad el ingenio poético sale a relucir: Schafft die Kriege
ab / nicht den Karneval18. Marchan
los muñecos de Kohl, Schröder, Fischer, y otros políticos reconocidos
internacionalmente, aunque el Indio-que-vive-en-mí no recuerda haber visto a
Carlos Marx, que desde Tréveris vino a Colonia, y entre carnaval y carnaval,
publicaba su Gaceta del Rin. El día empieza a decaer cuando los últimos
metros del cortejo pasan frente a la catedral. Hombres y mujeres, viejos y
niños regresan con bolsas llenas de golosinas. En los oídos borrachos del
Indio-que-vive-en-mí resuena la ininterrumpida exclamación que la gente hacía a
los locos encaramados en los vistosos carruajes: Kamelle! Strüßje!
Kamelle!19 Grito
resuelto y vehemente que salta de la boca de quienes, apostados a lo largo de
la ruta que sigue el desfile carnavalesco, esperan el maná del carnestolendas.
El martes de carnaval es otra locura en los barrios. El
Indio-que-vive-en-mí, borracho y cantando cilulos y carnavalitos, camina
zigzagueando por la
Zülpicherstrasse en busca del carnaval de Sülz. Finalmente a
medianoche la locura, en todas sus formas, sale de los bares y a los gritos de Kölle
Alaaf! se va concentrando en la Roonstrasse para quemar al Nubbel20, se leen
discursos críticos a la política oficial y de este modo se pone fin a la Narrenfest21. El
carnaval se acaba, soldados napoleónicos y romanos, payasos y bárbaros, seres
extraños venidos de otros planetas o países beben los últimos tragos, las
parejas emparejadas durante esos días se dan los últimos abrazos, los últimos
besos, procuran los últimos segundos de placer, se despiden. Al día siguiente
todos vuelven a sus quehaceres cotidianos, la seriedad, el orden y la
disciplina cobran su habitual acartonamiento. El Indio-que-vive-en-mí se torna
triste, taciturno, su vecino se queja por el ruido que hacen los hijos de una
pareja extranjera, los perros puntuales salen a cagar los jardines, la vecina
pierde su bondad multicultural y toda la gente lleva una cara de «si un poto se
ha roto, yo no fui...»
El miércoles de ceniza, con la acostumbrada seriedad y
disciplina alemana, se comerá pescado y si usted quiere saber lo que seguirá a
continuación, sólo tiene que volver a leer esta historia. Also Kütt!22
Notas
1 ¡He tocado
a un indio verdadero!
2 Guardia de
honor de la ciudad de Colonia.
3 Sociedad
del carnaval de Düsseldorf — Weissfracke.
4 El
Triunvirato, conformado por der Prinz (el Príncipe), der Bauer
(el Campesino) y die Jungfrau (la Doncella o muchacha virgen).
5 Once, el
número loco.
6 El Concejo
de los Once.
7 Esta frase
se podría traducir como: ¡Viva Colonia!
8 Comité de
Fiesta, gremio organizador del carnaval.
9 Lunes de
Carnaval, el día más esperado, donde desfilan cientos de carros alegóricos.
10 Típico
colonés.
11 Papel
picado.
12 Carnaval
callejero.
13 El Carnaval
de las Mujeres.
14 Vino
caliente, aderezado con canela, clavo de olor, jugo de naranja, nuez moscada y
azúcar.
15 El desfile
del lunes de carnaval, cientos de carros alegóricos atraviesan las principales
calles de la ciudad de norte a sur; coloneses, extranjeros y turistas se
vuelcan a las calles.
16 Toma un trago conmigo. Canción escrita en
colonés e interpretada por el celebrado grupo musical: Bläck Fööss.
17 Por qué
pues te llevas la nostalgia. Canción interpretada por Et fussich Julche.
18 ¡Abolir las guerras / no el carnaval!
19 ¡Caramelos!
¡Flores! ¡Caramelos!
20 Figura de
paja, al quemarla se termina simbólicamente con las penas y los sufrimientos.
21 La fiesta
de los locos, así se le llama también a la fiesta de carnaval.
22 Frase
colonesa que quiere decir algo como: Entonces vamos, bueno pues vamos.